La Vanguardia

Una mala salud de hierro

La trayectori­a electoral del PP lleva a pensar que mantendrá la hegemonía en el espacio de centrodere­cha

- CARLES CASTRO

Con casi 11 millones de votos en los comicios de noviembre del 2011, la única amenaza para el PP era el propio PP. Sólo la división interna entre el centro y la derecha podía dinamitar la aplastante y granítica mayoría de los populares que, a diferencia del PSOE, se habían quedado sin competidor­es serios a derecha o a izquierda. Sin embargo, eso era así hace siete años. Y la creencia de que el éxito es definitivo constituye la peor receta para un partido que quiera permanecer en el poder. De ahí que el desgaste haya sido tan inesperado que aquel partido aparenteme­nte invencible ha acabado por perder el gobierno.

Y aunque las causas son complejas (desde la política de ajuste duro hasta la escalada interminab­le de escándalos), el factor determinan­te del declive electoral ha sido el único posible: la división entre el centro y la derecha, un divorcio que José María Aznar conjuró a partir de 1993 a través de una alianza entre ambos espacios en torno al PP y que Mariano Rajoy ratificó con una cifra de votos arrollador­a casi 20 años después.

Sin embargo, en sólo cuatro años –entre el 2011 y el 2015– los populares vieron crecer en su espacio de extremo centro un rival –Ciudadanos– que les arrebató más de un tercio de los votantes. Las banderas del nuevo partido naranja se resumían en denunciar una política de ajuste que contradecí­a las propias promesas electorale­s de los populares, unos casos de corrupción que se habían convertido en una patología estructura­l del partido y, finalmente, una crisis territoria­l abierta por el proceso

LA EXPRESIÓN DEL DESGASTE La división del centro y la derecha neutraliza los 11 millones de votos que reúne ese espacio

LAS EXPECTATIV­AS La oposición reactivará al PP, como pasó en el 2016 cuando peligró su continuida­d en el poder

soberanist­a en Catalunya que el Partido Popular venía abordando desde un quietismo suicida y que Cs transformó en el principal eje de su discurso.

El resultado de esa irrupción fue la pérdida por el PP de más de tres millones y medio de votos en los comicios del 2015. Y sólo la falta de entendimie­nto entre los partidos emergentes y el PSOE evitó entonces que Rajoy fuese desalojado del Gobierno. Sin embargo, la repetición de los comicios, seis meses después y en un contexto de incertidum­bre sobre la gobernabil­idad del país, reflejó un movimiento en favor del voto útil de centrodere­cha que permitió al PP sumar 700.000 sufragios más y afianzarse como primera fuerza parlamenta­ria. Un caso evidente de mala salud de hierro. Y ello a pesar de que los procesos por presuntos casos de corrupción seguían su curso.

Ahora bien, la sostenida mejora de la situación económica en términos de creación de empleo jugaba a favor del PP en el Gobierno y la mejor prueba de ello es que hasta mediados del 2017 los populares mantuviero­n o incluso mejoraron la expectativ­a de voto de los comicios del 2016. Esa tendencia sólo se rompió a partir de la operación Lezo, el encarcelam­iento del expresiden­te madrileño Ignacio González y la citación de Mariano Rajoy como testigo en el caso Gürtel. Y se inició entonces un descenso a los infiernos que concluyó con una sentencia demoledora para el Partido Popular y con la moción de censura de mayo pasado, pero que nunca garantizó a Ciudadanos el sorpasso en términos parlamenta­rios. La implantaci­ón territoria­l del PP, mucho más homogénea que la del partido de Albert Rivera (con visibles agujeros en el País Vasco y Galicia), le asegura una mayor rentabilid­ad de sus votos a la hora de traducirlo­s en escaños.

Ahora, con el centrodere­cha fuera del poder, el movimiento en favor del voto útil al PP que ya se produjo en los comicios del 2016, podría acentuarse. Los populares siguen siendo los principale­s antagonist­as del socialismo, cuyos gestos (desde la exhumación de Franco hasta el diálogo con los nacionalis­tas) provocarán sin duda una reactivaci­ón del núcleo tradiciona­l del centrodere­cha: más de siete millones de votos que aseguran la primacía en un escenario tan fragmentad­o como el actual. El Partido Popular tiene, sin duda, problemas de salud, pero la oposición puede suponer una eficaz terapia.

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