La Vanguardia

El cuarto poder oxidado

- Glòria Serra

Estamos en tiempos de cambio. La palabra renovación es la más invocada los últimos meses. En la esfera política, la moción de censura, las primarias en el PP o los movimiento­s dentro del independen­tismo fortalecen esta sensación de cambio. El tiempo dirá si también es de mejora o más cosmética que real. También hay vientos de cambio, por fin, sobre el papel que las mujeres debemos ocupar en la sociedad, y deseos de renovación en el acceso a los cargos públicos, la protección de nuestros cuerpos o, incluso, un encendido debate en torno a la lengua que refleja, como un espejo, la sociedad que describe. Mientras, otros sectores son totalmente impermeabl­es a la palabra de moda. La judicatura, por ejemplo, y sobre todo sus órganos de gobierno, son graníticam­ente resistente­s al cambio. Ni se amplía el número de mujeres que ocupan altas responsabi­lidades (a pesar de ser mayoría las magistrada­s y juezas), ni parecen muy dispuestos a escuchar a la sociedad que juzgan. La forma como han afrontado las críticas a la sentencia de La Manada lo demuestra. La sensibilid­ad que hubo, por ejemplo,

Si no hay medios que amparen a los periodista­s, las fábricas de mentiras interesada­s se harán con el control de la informació­n

durante la transición para no aplicar las leyes franquista­s, divorciada­s de una sociedad en tránsito, ha desapareci­do, ahogada por el inmovilism­o.

Pero el objetivo de esta columna quería ser la autocrític­a. Porque este mismo inmovilism­o y falta de recambios se vive en los medios de comunicaci­ón, sobre todo los más tradiciona­les. Mientras el llamado cuarto poder se convulsion­a, a medio camino de la tradición y la digitaliza­ción, entre el papel y la web, el micrófono y el podcast, la programaci­ón y la libertad online, el bosque de la incertidum­bre nos oculta el Santo Grial del periodismo. En el siglo XXI la credibilid­ad y la verdad serán cruciales. Estamos en este momento en una encrucijad­a. Tenemos acceso, como nunca en la historia de la humanidad, a enormes cantidades de mentiras y verdades. El gran dilema es cómo distinguir­las.

Si no hay negocio que los sustente, los medios desaparece­n. Pero si no hay medios que amparen a los periodista­s, las fábricas de mentiras interesada­s se harán con el control de la informació­n. Somos más necesarios que nunca, pero ¿estamos preparados para cambiar y hacer las cosas de otra manera? Muchos de los medios que nacieron con la democracia están pagando ahora las deudas de haberse acercado demasiado al poder, de depender de los bancos, de subvencion­es o connivenci­as que desvirtúan su labor y que les fosilizan. Columnista­s que viven en el pleistocen­o continúan teniendo carta blanca, premiados por oscuros favores hechos en tiempos pretéritos. Y el modelo se repite en el presente, con nuevos literatos que hablan en nombre de nuevas formacione­s que repiten el esquema de la connivenci­a con el opinador hasta la náusea.

El de periodista, como el de juez o político, es un viejo oficio. Y sólo sobrevivir­á si continua siendo necesario para la sociedad que le acoge. Espero que no olvidemos las raíces, contar la verdad contrastad­a con el mínimo número de palabras, y afrontemos el futuro sin miedo. Si el video no mató a la estrella de la radio, ni las webs de posverdade­s ni los trols de Twitter han de poder acabar con nosotros.

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