Los dominios de Barcelona
Cosas que cambian cuando cambias de barrio: las fronteras psicológicas. Antes las marcaban Diagonal, Mitre, Via Augusta y Bailén. Ahora Gràcia es para mí como ir al centro, porque el centro histórico queda demasiado lejos, tanto geográfica como emocionalmente. Sobre todo entre mayo y octubre, entiendes que vives en un lugar turístico cuando conoces los atajos para evitar aglomeraciones.
Los vecinos también son otros, y desde este mes vivo en el corazón de la capital del running. Los tres años que pasé junto a la Sagrada Família, en la época de su consagración, no había día en el que no me sintiera fotografiada; me pregunto en la memoria de cuántas cámaras apareceré de fondo, de camino al metro o volviendo de hacer la compra. Ese personaje secundario que fui, puro atrezo frente al templo, ha llegado mucho más lejos que yo, habrá recorrido el mundo entero. Ahora quienes entran en los portales cercanos, mientras resoplan y sudan, son personas en mallas o pantalón corto, auriculares inalámbricos. Será porque han ido al parque, donde hay siempre más perros que niños y poca gente en general, vistas impresionantes sobre una ciudad en la que desde la distancia parece que nunca pasa nada y, al fondo, el mar.
Al cambiar de barrio también cambia tu itinerario cotidiano y te fijas en cosas nuevas, más si tienes la costumbre
Al cambiar de barrio también cambia tu itinerario cotidiano y te fijas en cosas nuevas
de ir a pie. De mi casa al trabajo, hay un tramo en el que sólo me cruzo con mujeres. Mujeres con bolsas de marca, mujeres con cochecitos de bebé, mujeres acompañando a mujeres mayores. Al principio me alarmé un poco: ¿habían abducido a los hombres? ¿O los estaban expulsando de la zona? En tal caso, ¿eso formaba parte de la revolución? Luego, a medida que te acercas a Francesc Macià, surgen los hombres no se sabe muy bien de dónde, todos con traje aunque haga calor.
En el trayecto, la mayoría de tiendas son para amueblar salones, cocinas y baños, y cuesta encontrar el típico bazar chino. Un poco más arriba puedes ver a Javier de la Rosa comprando el cuponazo o la Loto 6-49. Tampoco hay peluquerías como las que proliferan en la calle Escocia y alrededores, en las que te peinan como a los futbolistas, ni bodegas como las del Clot donde la gente toma el vermut los domingos.
Normalmente los que menos conocen su propia ciudad son los que nacieron en ella. Y existe un código identitario, eres de aquí o de allá. Cada barrio vive ajeno a los demás, aunque estén al lado. Y cuando descubres la Font d’en Fargues, o la plaza Masadas o la calle Musitu, flipas. ¿Esto ya estaba aquí? No quiero nombrarlos para que una aplicación no os lleve ahí directamente y se cargue el efecto sorpresa, como con los búnkers del Carmel. Soy perro callejero que husmea sin hogar fijo. Si vas caminando a los sitios, te haces la ilusión de que estás paseando, pero además dominas el terreno, que es como hacerlo un poco tuyo.