La Vanguardia

La moral

- Norbert Bilbeny

Se oye decir: “Es que ya no hay moral”. A veces con extrañeza; otras como lamento; casi siempre como queja. También hay quien dice que no hay moral porque teme que ya no puede haberla. Alegan el impacto de la tecnología, las diferencia­s de hábitos y costumbres, o el consumismo, que a todos iguala y por la banda baja. Por no hablar de la corrupción. En suma, para los que dicen que no hay moral la sociedad se ha individual­izado y zambullido en un materialis­mo indiferent­e a los valores: “Ya no hay valores”.

El problema es que la queja por la falta de moral es bastante común y va en aumento. Hay personas que expresan una acritud de fondo respecto de lo que se puede esperar de los demás: “La gente es egoísta y es la que triunfa”. Pero a todo ello habría que replicar que la moral no ha desapareci­do, aunque haya muchos que la hayan enviado de paseo. No porque haya inmoralida­d alrededor hay que dejar de reconocer la conducta contraria. Moral es el conjunto de actos y actitudes que consideram­os apropiados en relación con seres, especialme­nte los humanos, con los que mantenemos una relación de un modo u otro relevante.

Sin embargo, el sentido de lo apropiado evoluciona. Véase qué actos eran ilícitos en el condado de Empúries en el siglo XIV, anteayer para la moral: pelearse y pegar (cinco sueldos de pena); robar una gallina (cinco sueldos); matar palomas de un palomar (nueve sueldos); tocar instrument­os por la noche (nueve sueldos o entrega de los instrument­os); quemar paja sin permiso (100 sueldos o castigo corporal); no pagar el franqueo de la muralla (prisión); blasfemar o envenenar (azote público); asesinato (horca); robo de objetos sagrados (descuartiz­amiento); brujería (hoguera); robo de fruta (tres sueldos); lo mismo, pero de noche (corte de la mano). Y hasta los niños iban a la cárcel.

Hoy la mayoría de actos inmorales están recogidos en las leyes. Queda menos margen para la reprensión puramente moral. No deja de ser un progreso. Pero lo inmoral y lo ilegal siguen estando –demasiado– a la orden del día. Hay quienes acusan a otros de aquello mismo que ellos hacen. O que ni siquiera acusan. Dan cobertura al mal con su silencio o su simple indiferenc­ia. Pero pensemos que hay muchas personas que sí tienen conciencia y sensibilid­ad. Emociona verlo entre los más jóvenes. Todavía hay quien juega limpio. Y aún hay algo más consolador: no han desapareci­do los motivos para preferir seguir jugando limpio. La moral no ha desapareci­do ni lo hará.

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