Nueva religión
Chesterton escribía esta frase hace cien años: “No tardará en proclamarse una nueva religión que, a la vez que exalta la lujuria, prohíba la fecundidad con su trinidad exultante de anticoncepción, sodomía y aborto”.
Fue un profeta. Aunque sea para lamentarlo hay que reconocer que en las últimas décadas esta “nueva religión” se ha enseñoreado de gran parte de la sociedad occidental. No se puede cerrar los ojos ante el hecho de que diversos países de base cristiana han abdicado de sus raíces. Tampoco está de más recordar que quienes promueven de manera militante las tres patas de aquella “trinidad exultante” citada por Chesterton son los mismos grupos, muy bien organizados y financiados.
Recordé días atrás aquella reflexión de uno de mis escritores favoritos cuando participaba en una jornada sobre la familia en que se exponía uno de los cambios más importantes de las últimas décadas, la espectacular caída de la natalidad. Casi ningún país de Europa alcanza el mínimo de 2,1 de hijos por mujer necesario para el relevo generacional, y muchos, entre ellos España, y Catalunya, quedan lejísimos de aquel nivel mínimo.
Una auténtica bomba de relojería de efectos retardados pero letal a largo plazo. Se analizaban las causas que han contribuido a este invierno demográfico. No existe un origen único, sino una suma que va desde la precariedad laboral o las dificultades de acceso a la vivienda en las ciudades, la competitividad económica que implica la necesidad de mayor preparación profesional y, en consecuencia, más años de estudios y retraso en la formación de familias, la decisión de no tener hijos hasta alcanzar una estabilidad laboral y económica, etcétera.
Todo ello es real, pero globalmente deriva del cambio en los valores que asumen las personas y les impulsan a actuar.
Si se valora mucho el éxito profesional o el viajar pero no la maternidad, el resultado evidente es que no se tienen hijos o se retrasan hasta el límite biológico de la mujer, recurriendo a menudo a la fecundación asistida e incluso a las martingalas más extremas en algunos casos.
Muchos han orillado de sus vidas la religión entendida como adoración a Dios y cumplimiento de sus mandamientos, sustituyéndola por una nueva religión sin Dios, o mejor, con unos nuevos dioses centrados en el yo con sus facetas de hedonismo, insolidaridad, desvinculación.
Uno de los países que de forma más rápida se ha secularizado es España. Baste un repaso a las estadísticas de bodas religiosas, bautizos, primeras comuniones, confirmaciones y asistentes a misa. Sólo el 22% por de las bodas se realizan en España por el rito católico, la mitad de bebés no son bautizados y la confirmación ha quedado limitada a porcentajes minoritarios de fieles. Los datos de sólo 15 años atrás no tenían ninguna relación con estos. Encuestas recientes del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) en España muestran que el 66,9% de los encuestados se define como católico, aunque el 62,1% de ellos reconocen que no va a actos religiosos y solo el 13,9% lo hace casi todos los domingos y festivos. Peor aún Catalunya, donde según la encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) de la Generalitat se declaran católicos el 52%, de los cuales el 80% asegura que sus padres lo son o lo fueron.
El análisis de las tendencias lleva a pensar que en los próximos años seguirá la disminución de la práctica religiosa y la identificación con el espíritu cristiano, teniendo en cuenta que entre las personas de mayor edad –y por tanto con más bajas por motivos biológicos- el porcentaje de practicantes es mucho más alto que entre los jóvenes.
Las estadísticas, sin embargo, no resuelven todo y la vida da muchas vueltas. Dios no pierde las guerras y es Señor de la historia. Ve la panorámica sin relación con el espacio y el tiempo, parámetros de los que nosotros no podemos desligarnos. Más a ras de tierra, que es lo que los humanos podemos calibrar, se van viendo cambios potentes.
El recién nombrado delegado diocesano de Barcelona de Pastoral Social y Caritativa, mosén Joan Costa, explicaba hace pocos días la vitalidad y capacidad de ir a contracorriente de nuevos grupos y movimientos, evidenciando un dinamismo impensable hace unas décadas. Son núcleos minoritarios pero, como recordaba Benedicto XVI, son siempre las minorías las que provocan los grandes cambios en la sociedad.
En Europa, en España, en Cataluña, no faltan intentos de matar las raíces cristianas, pero estas se resisten a morir y en no pocos lugares los renuevos reverdecen.
Hay unos nuevos dioses centrados en el yo con facetas de hedonismo, insolidaridad, desvinculación