La Vanguardia

“La creativida­d se aprende igual que se aprende a leer”

Tengo 60 años: irrelevant­es cuando eres capaz de crear como un niño, y todos somos capaces si queremos. Nací en un barrio humilde de Liverpool, como los Beatles, creativos sin escuela. No soy buen gregario ni quiero mandar ni obedecer, así que no tengo p

- MARC ARIAS LLUÍS AMIGUET

Un día visitando un cole vi a una niña de seis años concentrad­ísima dibujando. Le pregunté: “¿Qué dibujas?”. Y contestó: “La cara de Dios”. ¡...! “Pero si nadie sabe cómo es”, observé. “Mejor –dijo ella sin dejar de dibujar–, ahora lo sabrán”.

Todo niño es un artista.

Porque cree en su propio talento. La razón es que no tienen ningún miedo a equivocars­e... Hasta que nuestro sistema les va enseñando poco a poco que el error existe y que deben avergonzar­se de él.

Los niños también se equivocan.

Si compara el dibujo de esa niña con la Capilla Sixtina, claro que sí, pero si la deja dibujar a Dios a su manera, seguirá creando. El único error de verdad es penalizar el riesgo creativo.

Los exámenes hacen exactament­e eso.

No estoy en contra de los exámenes, pero sí de convertirl­os en el centro del sistema educativo y a las notas en su única finalidad. La niña que dibujaba nos dio una lección: si no estás preparado para equivocart­e, nunca acertarás, sólo copiarás. No serás original.

¿Se puede medir la inteligenc­ia?

La pregunta no es cuánta inteligenc­ia, sino qué clase de inteligenc­ia tienes. La educación debería ayudarnos a encontrar la nuestra y no a encauzarno­s hacia el mismo tipo de talento.

¿Cuál es ese tipo de talento?

Nuestro sistema educativo fue concebido para satisfacer las necesidade­s de la industrial­ización: talento sólo para ser mano de obra disciplina­da con preparació­n técnica jerarquiza­da en distintos grados y funcionari­os para servir al Estado moderno.

La mano de obra aún es necesaria.

¡Pero la industrial­ización ya no existe! Estamos en otro modo de producción con otros requerimie­ntos, otras jerarquías. Ya no necesitamo­s millones de obreros y técnicos con idénticas aptitudes, pero nuestro sistema los sigue formando. Así aumenta el paro.

Pero se nos repite: ¡innovación!

La piden los mismos que la penalizan en sus organizaci­ones, universida­des y colegios. Hemos estigmatiz­ado el riesgo y el error y, en cambio, incentivam­os la pasividad, el servilismo, el conformism­o y la repetición.

No hay nada más pasivo que una clase.

¿Es usted profesor, verdad? Las clases son pasivas porque los incentivos para estar calladito y tomar apuntes que repetirá son mayores que los de arriesgars­e a participar y tal vez meter la pata. Así que, tras 20 años de educación

en para nadie cinco unas es innovador niveles fábricas que y en oficinas consisten ellas. que en ya no formarnos existen,

Que ¿Cuáles la mayoría son de las los consecuenc­ias? ciudadanos malgastan su vida realmente, haciendo pero cosas que creen que no que les deben interesan hacer para es feliz ser con aceptados. su trabajo, Sólo y son una quienes pequeña desafiaron minoría la imposición Tipos con de suerte... mediocrida­d del sistema.

Son anticreati­vo: quienes se creer negaron que sólo a asumir unos pocos el gran superdotad­os error “Sé humilde: tienen talento. acepta que no te tocó”.

¡Falso! ¡Todos somos superdotad­os en algo! Se trata de descubrir en qué. Esa debería ser la principal función de la educación. Hoy clona estudiante­s. Y debería hacer lo contrario: descubrir qué es único en cada uno de ellos.

¿La creativida­d no viene en los genes?

Es puro método. Se aprende a ser creativo como se aprende a leer. Se puede aprender creativida­d incluso después de que el sistema nos la haya hecho desaprende­r.

Por ejemplo...

Soy de Liverpool y conozco el instituto donde recibieron clases de música mi amigo sir Paul McCartney y George Harrison... ¡Dios mío! ¡Ese profesor de música tenía en su clase al 50 por ciento de los Beatles!

Y...

Nada. Absolutame­nte nada. McCartney me ha explicado que el tipo les ponía un disco de música clásica y se iba a fumar al pasillo.

A pesar del colegio, fueron genios.

A Elvis Presley no lo admitieron en el club de canto de su cole porque desafinaba .Amí,en cambio, un poliomielí­tico, me admitieron en el consejo del Royal Ballet...

Ahí, sir Ken, acertaron de pleno.

Allí conocí a alguien que había sido un fracaso escolar de ocho años. Incapaz de estar sentada oyendo una explicació­n.

¿Una niña hiperactiv­a?

Aún no se había inventado eso, pero ya se habían inventado los psicólogos, así que la llevaron a uno. Y era bueno: habló con ella a solas cinco minutos; le dejó la radio puesta y fue a buscar a la madre; juntos espiaron lo que hacía la niña sola en el despacho y... ¡estaba bailando!

Pensando con los pies.

Es lo que le dijo el psicólogo a la madre y así empezó una carrera que llevó a esa niña, Gillian Lynne, al Royal Ballet; a fundar su compañía y a crear la coreografí­a de Cats o El fantasma de la ópera con Lloyd Webber.

Si hubiera hecho caso a sus notas, hoy sería una frustrada.

Sería cualquier cosa, pero mediocre. La educación debe ayudarnos a encontrar la zona donde convergen nuestras capacidade­s y deseos con la realidad. Si la alcanzas, la música del universo resuena en ti, una sensación a la que todos estamos llamados.

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