Artur Amich
El auditor Artur Amich da sentido a su vida con parkinson compartiendo cada incógnita en un libro y en su blog
AUDITOR DE CUENTAS
Artur Amich (Barcelona, 1966) ha dado sentido a la enfermedad de parkinson que sufre y que se le diagnosticó hace cuatro años, contando cada paso y cada revés en un libro y en su blog Conviviendoconelparkinson.com.
Recibes el diagnóstico a quemarropa. A pesar de ti mismo. Hay un momento en que te das cuenta que algo no va bien. Entras en la consulta del médico porque no consigues teclear bien en el ordenador y sales sabiendo que se te están muriendo las neuronas, poco a poco.
“Abandoné el hospital, llamé a mi mujer desde el taxi y le dije que tenía parkinson. ‘Lo superaremos’. Luego volví al trabajo.”
Hay que seguir viviendo. Esta historia tiene 51 años –los que tiene hoy su protagonista–, aunque empezó a escribirse hace sólo cuatro, cuando la doctora le dio la noticia de que estaba enfermo. Entonces tenía 47 años. Todos los entrecomillados que van a leer a continuación están sacados de una conversación en La Vanguardia. El resto sale del libro Parkinson, y ahora qué, un diario vivencial escrito por alguien que un día, de repente, ve temblar su mundo.
“La gente no muere de parkinson; muere con parkinson”.
Artur Amich nos dice esto con solo sentarse en la sala. Siente una necesidad enorme de compartir lo que le ocurre. Con las luces y las sombras. Para ayudar, repite una y otra vez.
“Habrás visto que ando con dificultad. También me cuesta hablar y a veces me quedo clavado”.
Este auditor de cuentas de Barcelona, hijo de un modesto comercial de la calle Tallers, ha venido hasta la Diagonal desde Castelldefels acompañado de su fisioterapeuta. De un tiempo a esta parte ya no puede ir solo a ningún sitio. Hay días malos en los que tampoco puede ducharse o vestirse solo.
“Perder la autonomía es una putada. Lo más duro es pedir ayuda. A ratos lo siento con frustración. Hay días que tiraría la toalla. Pero no puedo rendirme. Mi familia me necesita tanto como yo a ellos. Quiero creer que soy quien tira del carro. ¿Cómo? Con indignación y mala leche: así gestiono mi energía”.
Cada movimiento que hace, desde andar o levantarse hasta hablar, requiere de una compleja secuencia mental. Nada en él surge de forma espontánea. Si el cuerpo se bloquea, la mente lo desbloquea.
La maldita rigidez. “Cuando la dopamina baja”. En su caso, no sufre los temblores también característicos del parkinson. “Ponte recto, relaja los hombros”. Iván Crespo le va dando indicaciones para superar los bloqueos. Más que su fisioterapeuta, Iván parece su ángel de la guarda. A simple vista, diríamos que han trabado amistad. Comprensible. Artur Amich cruza cada jornada entre la fisioterapia, la logopedia, los ejercicios físicos, su blog, los médicos y un “chute” de pastillas, donde la levodopa es la reina. “La levodopa es al parkinson lo que la insulina es a la diabetes”.
Nada que ver este día a día con el que llevaba antes de que la enfermedad mostrara sus garras. Artur Amich era un profesional conocido y reconocido en Barcelona. Cabezón, constante, tenaz. Un tipo, cuenta, con mucha suerte porque siendo joven esquivó la muerte en un grave accidente de coche. En su dilatada carrera profesional, primero en Arthur Andersen y luego en Deloitte, había auditado ayuntamientos, hospitales, consorcios, clubs de fútbol... “De aquella etapa quedan buenos y malos momentos, y sobre todo grandes amigos que me siguen apoyando”.
Entonces vivía por y para su trabajo, con una agenda sin huecos, sin horario, sin apenas aire y con muchísimo estrés. Tuvo episodios de ansiedad –“y quién no les tendría con ese ritmo de trabajo”– pero nunca los vinculó a la posibilidad de un parkinson. Hoy se conoce que el diagnóstico se sitúa en torno a los 60 años, pero un 25% de los pacientes lo inicia antes de los
La enfermedad truncó hace cuatro años una carrera en la que él iba a mil; hoy lucha por superar sus bloqueos
“Perder la autonomía es una putada; lo más duro es pedir ayuda, pero no puedo rendirme”
44. De media, siete años antes aparecen las primeras manifestaciones, aunque a veces son demasiado generales como para que puedan tener especificidad diagnóstica.
“Aunque yo entonces no lo sabía, el parkinson ya estaba ahí mucho antes de que me lo diagnosticaran: perdí olfato, dormía mal, tenía muchas contracturas musculares, dificultades motoras y... ¡ansiedad!”.
Durante un tiempo, Amich trató de negar la evidencia de que la enfermedad le estaba echando un pulso hasta que la evidencia le pasó por encima como un bulldozer.
“Intenté seguir en mi puesto pero no podía darlo todo. En un año, los síntomas se agravaron. Fui quitándome carga de trabajo. Tras varias bajas médicas, vi que había llegado el momento de dar un paso atrás para dedicarme sólo y exclusivamente a cuidarme”. La baja laboral por incapacidad llegaría a los dos años del diagnóstico.
Artur Amich tiene mujer e hijos, dos: uno de 16 y una pequeña de 7 que no conoce qué es tener un papá sin parkinson porque al suyo siempre lo ha visto así. Lo cuenta sin dramas. Habla, por ejemplo, de cómo se estuvo preparando durante semanas para ir con su hijo a una final del Barça-Chelsea, o de cómo acaba de superar una caminata solidaria de 5 kilómetros.
“Estoy en la cola para una operación de estimulación cerebral, pero ya veremos. Lo importante es que para mi cada día es un día. Cada minuto. Cada segundo”.