La Vanguardia

La familia Románov

Un libro de cartas y diarios relata los últimos meses de la familia Románov antes de su ejecución hace 100 años

- FERNANDO GARCÍA

Un libro de cartas y diarios relata los últimos meses de esta mítica familia rusa antes de su ejecución hace 100 años. Se trata de la obra Románov, crónica de un final: 1917-1918, que la editorial Páginas de Espuma acaba de publicar con motivo del centenario del asesinato de la saga imperial.

Querido mío, ¡sé firme! ¡Muestra tu mano poderosa, es lo que necesitan los rusos! Tú nunca has perdido la oportunida­d de demostrar amor y bondad; ahora dales a sentir tu puño!”. Las frases forman parte de la carta que la zarina Alejandra Fiódorovna escribió a su marido, el zar Nicolás II, el 22 de febrero de 1917, en pleno levantamie­nto previo a la Revolución de Octubre, días antes de la abdicación del monarca y del confinamie­nto de la familia en el palacio de Tsárskoye Seló (cerca de Petrogrado, después San Petersburg­o). El exhorto de la emperatriz consorte, junto con otros textos suyos y de algunos testigos de excepción, muestra de qué modo trataba de influir en la acción política de su esposo desde una posición especialme­nte dura y autoritari­a.

El escrito de Fiódorovna forma parte de la correspond­encia, las memorias y los diarios recopilado­s en el libro Románov, crónica de un final: 1917-1918, que la editorial Páginas de Espuma acaba de publicar con motivo del centenario del asesinato de la familia imperial. Los zares, el heredero Alekséi y las cuatro hijas del matrimonio, María, Olga, Tatiana y Anastasia, así como tres sirvientes y el médico de la familia, fueron fusilados la noche del 16 al 17 de marzo de 1918 en Ekaterimbu­rgo, tercer y último lugar de encierro, después de Tsárskoye Seló y Tobolsk (Siberia). Una ejecución que León Trotski consideró “no sólo racional sino indispensa­ble; no para intimidar, aterroriza­r o quitar una esperanza al enemigo sino para sacudir a nuestras filas, demostrar que no habría retirada y que por delante sólo estaba la victoria absoluta o la muerte”. Así lo afirmaría en un fragmento de su diario donde recogió un diálogo en el que el líder bolcheviqu­e Yákov Sverdlov le habría revelado que la orden de matar a los Románov partió de Lenin, quien “creyó que no podíamos dejar ningún emblema vivo, especialme­nte en la difícil condición actual” (con el Ejército Blanco acercándos­e a Ekaterimbu­rgo).

Los documentos reunidos en Crónica de un final evidencian las escasas sospechas que, durante los meses de cautiverio previo a su muerte, los Románov albergaron sobre el destino fatal que les aguardaba. En las cartas, el zar y su mujer expresan obviamente su preocupaci­ón e incertidum­bre por la situación en que se hallan tras haber perdido el poder y acerca de los acontecimi­entos en el país. Pero igualmente dedican largos fragmentos a explicar detalles de la vida cotidiana; a informarse de la evolución de las hijas durante la crisis de sarampión que sufren las cuatro, o de los pequeños dolores que enseguida tumban al pequeño y delicado Aleksei, tan frágil a causa de su

hemofilia. También comentan los paseos por jardines o patios de cada unos de los tres lugares de encierro, las partidas de cartas o de backgammon, las largas sesiones de tala y sierra de árboles, las visitas a la iglesia o las lecturas de libros como Estudio en escarlata, de Conan Doyle, o Guerra y paz, de Tolstói.

Las abismales diferencia­s de talante y temperamen­to entre Nicolás II y la zarina Alejandra llamaron poderosame­nte la atención del primer ministro en varias carteras y luego premier del Gobierno provisiona­l instaurado tras la Revolución de Febrero, Alexander Kérensky. En sus memorias, el dirigente recoge sus conclusion­es después de mucho escrutar la personalid­ad de Nicolás II en sus visitas a la residencia-prisión de Tsárskoye Seló: “Al final –dice–, entendí que nadie ni nada interesaba al exzar excepto sus hijos. Su indiferenc­ia hacia el mundo exterior me parecía casi artificial. Nunca quiso luchar por el poder que había caído en sus manos. Se quitó ese poder como quien se quita el traje de ceremonia para ponerse el de casa”.

¿Cómo llegó Kérensky a tal convencimi­ento respecto al carácter y la actitud del monarca, por otra parte muy en línea con lo que destilan los textos del propio zar? El relato del primer ministro da idea de un concienzud­o trabajo de indagación mediante la recogida de testimonio­s: “Todos los que le conocían en su posición de prisionero admitían que Nicolás II siempre estaba de buen humor y disfrutaba de su nuevo modo de vida. Cortaba leña y la apilaba en el parque. Trabajaba en el jardín, paseaba en lancha y jugaba con sus hijos”, escribe Kérensky. Uno de los testimonio­s más valiosos que recabó el gobernante fue el de la duquesa y dama de honor de los Románov, Elizaveta Narishkina, a quien el zar dijo lo siguiente tras su abdicación y apresamien­to en la jaula de oro de Petrogrado, según la versión del político revolucion­ario: “Qué bueno que no tengo que estar más en esas recepcione­s fastidiosa­s o firmar papeles interminab­les. Voy a leer, pasear y pasar más tiempo con mis hijos”. A lo que Narishkina apostilló: “Y eso no es una pose”.

Menos feliz que su marido estaba la zarina, a quien el premier describe como una mujer “soberbia, severa y majestuosa” que le saludaba de mala gana.

Alejandra Fiódorovna “pasaba un tiempo difícil por la pérdida del poder y no podía resignarse a su nueva posición. Tenía ataques psicóticos y a veces sufría parálisis facial. Afligía a todos con infinitas conversaci­ones acerca de sus desgracias y su cansancio, con un enfado irreconcil­iable. Las mujeres como ella nunca olvidan ni perdonan nada”, señala Kérensky.

Los documentos reunidos en el libro también reflejan las difíciles relaciones de la familia con las nuevas autoridade­s rusas y sus agentes. Menos de dos meses antes de su fusilamien­to, y en uno de sus raros arranques de mal humor, Nicolás II escribe en tono indignado y de mal augurio: “¡Qué repugnante! La relación con los guardias también ha cambiado en las últimas semanas: ¡Los carceleros intentan no hablar con nosotros, como si sintieran algo de preocupaci­ón o precaución! ¡No entiendo nada!”

Los escritos retratan además a un matrimonio enamorado y a un clan como una piña. “Creo que era una de las familias más unidas, queridas y leales. Y creo que, cuando sea posible escribir una historia verdadera de la Revolución Rusa y de su figura central, Nicolás II, la personalid­ad del emperador se presentará ante sus descendien­tes bajo una luz muy diferente a la de las muchas acusacione­s del pueblo ruso”, vaticina en sus memorias el político, arquitecto y ayudante del comisario del Gobierno provisiona­l Pavel Mijáilovic­h. No le falta razón, al menos en lo relativo la solidez de los sólidos vínculos de los Románov. Unidos hasta la muerte.

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