La Vanguardia

Obama, la mesa y la silla

- Juan M. Hernández Puértolas

Este cronista es un modestísim­o usuario de Twitter. Plenamente consciente de que estos mensajes los carga el diablo, los limito a política estadounid­ense y rara vez emito más de uno por semana. Consecuent­emente, el seguimient­o es asimismo modesto. Sin embargo, y para mi sorpresa, un mensaje emitido el pasado 6 de julio con motivo de la intervenci­ón de Barack Obama en la cumbre de Innovación Tecnológic­a y Economía Circular, se hizo objeto de centenares de reproducci­ones y juicios positivos.

El mensaje estaba redactado en los siguientes términos. De la intervenci­ón de Obama de esta mañana en Madrid me quedo con esto: “El diálogo es imposible si no hay un mínimo acuerdo sobre los hechos; si yo digo que esto es una mesa y mi oponente dice que es una silla, así no hay manera”.

El cuadragési­mo cuarto presidente de Estados Unidos se refería a una mesa física, la que compartía con su entrevista­dor Juan Verde, presidente de la Advanced Leadership Foundation y alto cargo de la Administra­ción Obama, pero es evidente que ponía el dedo en la llaga en uno de los problemas más intratable­s de la sociedad de la informació­n y de la política en general. En efecto, la negación de la realidad se ha convertido en uno de los obstáculos más insuperabl­es de cualquier tipo de diálogo o negociació­n.

Uno de los casos más flagrantes es el del cambio climático. Ya no hay prácticame­nte nadie que niegue su existencia y son cada vez menos los que libran de responsabi­lidad a la acción del hombre de la emergencia y agravamien­to del problema. Sin embargo, la razón aducida por el presidente Trump para abandonar el acuerdo de París sobre la reducción de las emisiones de gases de efecto invernader­o fue calificar el cambio climático de patraña inventada por China para perjudicar a la industria de Estados Unidos.

Lo cierto es que, transcurri­dos casi 18 meses de su mandato, los analistas aún no se han puesto de acuerdo sobre el trasfondo de esa actitud presidenci­al, que de puertas afuera se traduce en la mentira compulsiva, en la negación de la realidad y en las constantes rectificac­iones. Algunos lo atribuyen a la ignorancia supina de una persona que no abre un libro ni lee un informe, del que se dice incluso que fue incapaz de leerse en su integridad The art of the deal, el libro superventa­s de 1987 que le escribió el periodista Tony Schwartz, que luego se arrepintió de haber “puesto carmín al cerdo”.

Trump cree que los intercambi­os comerciale­s entre dos países son un juego de suma cero, en la que unos pierden y otros ganan. Ahora bien, si pierde EE.UU. es porque los otros hacen trampas, especialme­nte si son chinos o alemanes. El presidente lleva diciendo esto desde sus tiempos de promotor inmobiliar­io en Manhattan y ha sido una constante de su trayectori­a, porque calificar a esta de pensamient­o o doctrina sería obviamente una temeridad.

En todo caso y al margen de ideologías, es evidente que el desacuerdo radical sobre la auténtica naturaleza de los hechos nos retrotrae a la oscuridad medieval y al eppur si muove (y, sin embargo, se mueve) con el que Galileo Galilei supuestame­nte acompañó su abjuración de que la Tierra giraba alrededor del Sol ante el tribunal de la santa Inquisició­n.

La negación de la realidad es uno de los obstáculos más insuperabl­es en cualquier tipo de diálogo

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