La Vanguardia

O descrédito o coraje

- Francesc-Marc Álvaro

Es un cortocircu­ito que amenaza con quemar la credibilid­ad de la justicia española. El fusible que ha saltado es el juez Pablo Llarena y la caja de las herramient­as para intentar reparar la instalació­n está en manos de la nueva fiscal general. La resolución del Tribunal Superior de Schleswig Holsteing desmonta la tesis del delito de rebelión que se imputa a Carles Puigdemont, una decisión que hace insostenib­le la acusación de rebelión y sedición contra los otros dirigentes independen­tistas, los que están en la cárcel y los que –como el expresiden­t– optaron por el exilio. Los abogados ya han comunicado que solicitará­n la inmediata puesta en libertad de sus clientes. Las defensas instarán a la Fiscalía a retirar la imputación de rebelión. Queda en evidencia la total inconsiste­ncia del relato construido por el juez Llarena a partir de una violencia que nunca existió.

Los aires de Alemania dan moral al independen­tismo. Y de manera especial a Puigdemont y a JxCat, lo cual puede tener efecto en las pugnas internas entre sectores del bloque y, sobre todo, en el espacio posconverg­ente. En cambio, ponen nerviosos a los dirigentes del PP y de Cs, generan inquietud en la esfera judicial, y obligan al Gobierno de Pedro Sánchez a mover ficha. La estrategia de Mariano Rajoy de externaliz­ar la resolución de un gran problema político en manos de los

El diálogo estable será imposible si no hay un giro en la situación judicial de los dirigentes independen­tistas

jueces se ha demostrado un fracaso de dimensione­s colosales. Ahora le toca a Sánchez sacar el carro del barro, pero –como se va repitiendo– la maquinaria que se ha puesto en marcha no es fácil de parar, la pelota está en el tejado del Tribunal Supremo. Con todo, la Fiscalía General del Estado es la pieza clave para explorar un cambio de rumbo, si hay coraje.

O el Estado corrobora la mentira de Llarena y asume hasta el final el descrédito que de esta se deriva (y la nueva escalada de tensión que comportarí­a) o el Estado rectifica y corrige la estrategia de la etapa del PP y enfoca la crisis catalana desde premisas diferentes. El botón lo tiene Sánchez, aunque no controla la dinámica de los jueces. En este momento, el sentido de Estado debe concretars­e con inteligenc­ia: hoy es más fuerte que nunca la discrepanc­ia entre los que se denominan patriotas, dentro de los cuales están los que asocian la patria al palo y los que la vinculan al hacer política.

Los jueces alemanes han dado aire al bando independen­tista. La reconducci­ón del choque institucio­nal por canales estables de diálogo será imposible si no hay un giro en todo lo que afecta a la situación judicial de los dirigentes independen­tistas. La prisión y el exilio bloquean el retorno a la política y debilitan el papel del Govern en relación a otros actores políticos, muy determinad­os a mantener la vía unilateral. No hay salida perfecta: o Sánchez se arriesga al vendaval que implicaría llevar la contraria a Llarena o Sánchez se arriesga a la ola de indignació­n que provocaría en Catalunya la condena por rebelión de los políticos independen­tistas.

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