La Vanguardia

La trovadora ladrona

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Querida Claudia:

Me dices que sigues escribiend­o de amor, de aventuras, de la edad media...

Borges confesaba que no estaba orgulloso de las páginas que había escrito, pero sí de las que había leído. Tú puedes estarlo de las que has escrito, de las que has leído y de las que has traducido o publicado. Porque la lletraferi­da Claudia Casanova que firma La perla negra (Ediciones B), una novela de acción en la Narbona de 1179 y la herejía albigense, es la misma que ha creado pequeños grandes milagros, como Ático de los libros.

No has realizado el viaje sola, sino con Joan Eloi Roca, el JER de tus dedicatori­as. Juntos os habéis hecho un hueco en la Barcelona de las editoriale­s monolítica­s, con éxitos como la reedición de La princesa prometida, de William Goldman. Has tenido la modestia, incuestion­able, como hiciste con tus dos anteriores novelas, de no publicar La perla negra en cualquiera de tus tres sellos. Uno de tus protagonis­tas, Íñiguez de Toledo, es un indisimula­do homenaje al espadachín toledano de Goldme man: “Soy Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate para morir”. También tus personajes lanzan frases lapidarias: “Una de las reglas más importante­s del ladrón de caballos consiste en no robarle la mula al vecino”.

Me llevé tu novela al Museu Nacional d’Art de Catalunya (MNAC). Quería leer las últimas páginas después de buscar en los murales del románico o en los retablos y tapices del gótico las sombras del propio Íñiguez, de Salomón ben Judah y, sobre todo, de Isabeau de Fòc (de fuego, en occitano) la trovadora y ladrona que ha robado el corazón. Como a todos los amantes de la belleza, Claudia, te subyugan los caballos.

Te delatan tus criaturas, que sollozan “como si hubieran perdido a su mejor semental” o se alteran “como un potro que busca un prado”. Para mi desgracia, no hallé rastro de la melena flamígera de Isabeau de Fòc, pero sí de esos caballos. Los vi en tapices como El triunfo de la fama sobre la muerte,

de Willem Dermoyen. O en los artesonado­s del palacio del marqués de Llió. Y en las pinturas de Huguet, de Vaccaro, de... ¿El soberbio corcel del señor de Montlaurèl de tu obra es acaso el mismo que pintó Blasco de Grañén en San Martín

partiendo la capa? Te confieso que no pude resistirme y acabé la novela mucho antes de llegar al MNAC. Desde entonces, entro en las librerías con codicia, en busca de nuevas aventuras de Isabeau de Fòc y de su cofradía de ladrones, del corsario Guerrejat, de Ermesenda y Ermengarda de Narbona y de esos seres que lamentan no haber subido en su montura cuando tenían 15 años “para galopar hasta el fin del horizonte”.

Por favor, querida Claudia, sigue escribiend­o.

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M. MARTÍN Detalle del espectacul­ar artesonado del palacio del marqués de Llió, en la sala gótica del MNAC
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Domingo Marchena

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