La Vanguardia

Un gato en una pista de tenis

- Sergio Heredia

Una vez, John McEnroe dijo: “No puede ser que los grandes sacadores conviertan el servicio en el único factor importante del juego. El tenis debe ser algo más que solo un buen saque”.

McEnroe dijo todo eso hace mucho tiempo. Sin ir más lejos, en 1994. Para entonces, nuestro hombre ya no le protestaba cosas al árbitro. Ahora era comentaris­ta y entrenador.

Hay que admitirlo, McEnroe tiene tendencia a evocar el pasado. Con frecuencia retrocede a sus tiempos y nos cuenta que, en su época, se jugaba tenis del bueno, no como ahora.

Es un defecto humano. Lo hacemos todos los puretas.

Aun así, el adiós de McEnroe (en 1992) había dejado un vacío en el tenis. Tras él, se abría paso la clase media, una tribu de sacadores. Se crecían Ivanisevic, Stich o Krajicek. Avalados por su estatura, apenas jugaban a tenis. Jugaban a sacar. Lo hacían casi siempre a 200 km/ h. Y empezaban a ganar cosas importante­s, incluso torneos del Grand Slam.

Ante ellos, los puristas fruncían el ceño. Puristas como McEnroe. Con tanto ace, las cosas se ponían feas. El tenis se volvía incompleto, parecía beisbol, perdía cuerpo, decían.

Muchos sabios escucharon a McEnroe, es cierto. Sus palabras tuvieron eco en la prensa. Había que hacer algo. ¿Qué? Se sucedió una tormenta de ideas. Eliminar el segundo servicio. Subir la altura de red...

En realidad, nadie hizo nada. Así que intervinie­ron los jugadores más talentosos.

Gente como Agassi, Becker e incluso Sampras se confabular­on para mantener a raya a los gigantes. Para ello, utilizaron todas las armas del tenis, el servicio incluido. Jugaban a todo, en casi todas las superficie­s. Fueron guardianes de la esencia. Sus nombres trascendie­ron: les recordamos a ellos, no a los gigantes. McEnroe respiró aliviado.

Hoy vivimos escenas similares. Proliferan los sacadores alargados. Lo hemos comprobado en estos días, en Wimbledon. Se ha escrito mucho acerca de Isner y, sobre todo, acerca de Anderson. Pero la cosa viene de largo. Por el circuito rondan Cilic, Raonic e incluso Karlovic.

Para pararles los pies están Federer y Nadal. Y de nuevo, Djokovic. El balcánico es un híbrido, un tenista que todo lo hace bien, incluido el servicio. Su tenis es esdrújulo. Técnico, estético y elástico. Su regreso es una gran noticia para los aficionado­s y un pesar para los grandes sacadores.

La presencia de Djokovic les cierra la puerta.

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