Un martes cualquiera
Los Alpes han llegado al Tour y con ellos las etapas más esperadas por los aficionados, que se amontonan por todo el recorrido, y por los espectadores, siguiendo la carrera desde sus casas. Ayer, con el Montblanc de fondo, comprobamos que nada es lo que parece. Muchos favoritos se hacían un poco más humanos a la vista de los mortales. Ellos también se descuelgan del grupo, sufren calambres o, simplemente, se equivocan. Este tipo de situaciones nos abre los ojos a los que seguimos sus pasos. Es normal que un día estés arriba y al otro abajo. Hay que saberlo afrontar y asimilar, esa es una de las partes más difíciles de entrenar en el deporte: la cabeza.
El final de ayer, arrebatada la victoria a Nieve en los últimos metros, fue parecido al que vivimos nosotras el pasado martes. Las ascensiones a Romme y la Colombière, a 15 km de meta, nos prometían un emocionante final, pero hasta qué punto hizo al espectador morderse las uñas, levantarse del sofá, pegarse a la pantalla, gritar. Dos ciclistas se disputaban la carrera con apenas unos metros de diferencia en la última recta de meta en Le Grand Bornand. ¿Llega o no llega? En el último metro le arrebataron el triunfo. El ciclismo es así de bonito y cruel a la vez.
Quizás estaréis pensando extrañados: “Esa no fue la etapa de ayer”. Me refería a La Course, carrera que organiza el Tour, aprovechando toda su estructura para darnos la oportunidad de demostrar que el ciclismo femenino existe y con un gran nivel. Escapadas, estrategias de equipo, ataques, puertos míticos abarrotados de un público entregado, descensos de vértigo… Cualquiera que viera la carrera no recordará otra ganadora ese día más que Annemiek van Vleuten, consiguiendo la victoria en el último suspiro. Fue una lección al mundo del ciclismo. ¿Qué diferencia hay entre ese final del martes y el que vimos ayer en el Tour? Ninguna. Tomen nota.