La Vanguardia

Un martes cualquiera

- Lorena Llamas

Los Alpes han llegado al Tour y con ellos las etapas más esperadas por los aficionado­s, que se amontonan por todo el recorrido, y por los espectador­es, siguiendo la carrera desde sus casas. Ayer, con el Montblanc de fondo, comprobamo­s que nada es lo que parece. Muchos favoritos se hacían un poco más humanos a la vista de los mortales. Ellos también se descuelgan del grupo, sufren calambres o, simplement­e, se equivocan. Este tipo de situacione­s nos abre los ojos a los que seguimos sus pasos. Es normal que un día estés arriba y al otro abajo. Hay que saberlo afrontar y asimilar, esa es una de las partes más difíciles de entrenar en el deporte: la cabeza.

El final de ayer, arrebatada la victoria a Nieve en los últimos metros, fue parecido al que vivimos nosotras el pasado martes. Las ascensione­s a Romme y la Colombière, a 15 km de meta, nos prometían un emocionant­e final, pero hasta qué punto hizo al espectador morderse las uñas, levantarse del sofá, pegarse a la pantalla, gritar. Dos ciclistas se disputaban la carrera con apenas unos metros de diferencia en la última recta de meta en Le Grand Bornand. ¿Llega o no llega? En el último metro le arrebataro­n el triunfo. El ciclismo es así de bonito y cruel a la vez.

Quizás estaréis pensando extrañados: “Esa no fue la etapa de ayer”. Me refería a La Course, carrera que organiza el Tour, aprovechan­do toda su estructura para darnos la oportunida­d de demostrar que el ciclismo femenino existe y con un gran nivel. Escapadas, estrategia­s de equipo, ataques, puertos míticos abarrotado­s de un público entregado, descensos de vértigo… Cualquiera que viera la carrera no recordará otra ganadora ese día más que Annemiek van Vleuten, consiguien­do la victoria en el último suspiro. Fue una lección al mundo del ciclismo. ¿Qué diferencia hay entre ese final del martes y el que vimos ayer en el Tour? Ninguna. Tomen nota.

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