La hora del adiós

ANTON Losada ha escrito en su tratado sobre el personaje que Mariano Rajoy pretende hacer política para la gente normal y corriente, entendido ese colectivo como aquellos que desconfían de los políticos, que no leen los editoriales de la prensa, que escuchan a veces las tertulias de la radio y siguen sólo los debates de televisión cuando hay tomate. El resto del censo electoral no le interesa demasiado. Escuchando su despedida ante los compromisarios del XIX congreso del PP, podría decirse que, incluso en su adiós, dedicó sus palabras a esta gente normal y corriente que finalmente le llevó al poder. Su discurso fue sencillo, formal y sensato. Sin citas, audacias ni metáforas. Rajoy en estado puro, con lenguaje llano, sin riesgos dialécticos, con fina ironía y la sensación del deber cumplido. Sabedor de que la política es ingrata, aunque la ame, desagradecida aunque la necesite. Y si bien resulta un tipo aparentemente frío, se emocionó en diferentes pasajes.

A Rajoy, el PP debe de agradecerle que no designara a su sucesor, lo que ha supuesto que por primera vez se celebraran unas primarias. Es decir, ha contribuido a hacerlo más transparente, vital y democrático. Y en su marcha ha hecho gala de una impecable neutralidad. Aseguran que no le ha acabado de gustar la campaña, porque la estrecha pugna entre los dos candidatos, Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado, ha hecho subir el tono de los ataques, pero ni aun así ha querido interferir en esa carrera. Para Rajoy la neutralidad no es una prueba de debilidad, sino de honradez.

Sorprendió que no luchara más contra la moción de censura. Ayer dijo que al menos se va con la serenidad de que no han sido los españoles, ni sus compañeros de partido, quienes le han retirado del gobierno. Por eso, como canta Sabina, a la hora del adiós sus labios sabían a despedida, a vinagre en las heridas, a pañuelo de estación. Más o menos como el resto de la gente normal y corriente.