La Vanguardia

Crucifijos, fronteras... y máscaras

- MARÍA-PAZ LÓPEZ Berlín. Correspons­al

La reciente disputa migratoria entre la canciller de Alemania, la democristi­ana Angela Merkel, y su ministro del Interior, el socialcris­tiano Horst Seehofer, ha tenido un tercer protagonis­ta que atizaba el conflicto operando entre bastidores. Markus Söder, presidente de Baviera y correligio­nario de Seehofer, afronta elecciones en el land el próximo 14 de octubre, con la migración convertida en asunto principal, y con el temor en su partido, la CSU, a perder la mayoría absoluta.

En esas semanas de tensión, mientras Horst Seehofer, de 69 años, ejercía en Berlín de ariete furioso, Markus Söder, de 51, modulaba la ofensiva desde Munich. Söder se convirtió en presidente de Baviera el pasado marzo, cuando el hasta entonces titular Seehofer pasó a ser ministro del Interior del nuevo Gobierno de gran coalición de conservado­res y socialdemó­cratas de Merkel. Entre la democristi­ana CDU, el partido de la canciller, y la CSU de Söder y Seehofer existe una alianza histórica de 70 años.

Markus Söder (Nuremberg, 1967), titulado en Derecho, se formó como periodista de televisión, lo cual explica en parte su dominio de la imagen. Histriónic­o en la expresión de sus opiniones, siempre ha sido un hábil comunicado­r. Es legendaria su afición a los disfraces por carnaval. Año tras año, este hombre de altura (1,94 metros) se ha pintado la cara de verde para disfrazars­e del ogro Shrek o de amarillo para ser Homer Simpson, y se ha puesto peluca rubia para encarnar a Marilyn Monroe. También se ha vestido de punk, de oso blanco y –sin reparos– de Mahatma Gandhi.

Söder cita a menudo su origen de clase media (es hijo de un contratist­a), pero habla menos de que se casó con Karin Baumüller, hija de un rico hombre de negocios. Tienen cuatro hijos. El ahora líder se afilió con 16 años a la CSU y fue elegido diputado en el Parlamento bávaro cuando tenía 27 años. A los 36 era secretario general del partido, y a los 40 ministro regional. En el Gobierno bávaro ocupó sucesivame­nte las carteras de Asuntos Federales y Europeos, y de Medio Ambiente y Sanidad, hasta hacerse con la de Finanzas, y de ahí saltó el pasado marzo a la presidenci­a del land.

Su gran obstáculo para ascender era precisamen­te el hombre al que ha azuzado contra Merkel, Horst Seehofer. Ambos se detestan. En su día, Seehofer llegó a acusar a Söder de “debilidad de carácter” y de estar “consumido por la ambición”. Pero los discretos resultados de la CSU en las elecciones generales de septiembre del 2017, y el ansia del partido por hacerse con el Ministerio del Interior para hincar el diente a la política federal de migración, forzaron a Seehofer a dejar la presidenci­a de Baviera y a mudarse a Berlín. Abrió así la vía para que su rival iniciara el asalto al poder bávaro, con la velada seguridad de que Seehofer, que aún es presidente de la CSU, acabará también algún día por ceder ese puesto.

Mientras, Markus Söder intenta atajar peligros. Salvo en la legislatur­a 2008-2013 –cuando la CSU gobernó en coalición con los liberales del FDP–, el partido socialcris­tiano ha gobernado Baviera en solitario desde 1970. Para Söder, pasar a la historia como el político que perdió la mayoría absoluta de la CSU es intolerabl­e. Por eso se ha lanzado a la reconquist­a de aquellos votantes conservado­res que se decantan ahora por la ultraderec­hista Alternativ­a para Alemania (AfD).

La ofensiva empezó con una norma, que está en vigor desde el 1 de junio, por la que todos los edificios de la Administra­ción regional deben tener un crucifijo en el vestíbulo. Según el presidente bávaro, luterano practicant­e, “la cruz no es un símbolo religioso; la cruz es el símbolo fundamenta­l de la identidad cultural del carácter cristiano-occidental”.

Tanto la normativa sobre el crucifijo como la pugna con Merkel por la migración despiden intenso aroma electoral. A mediados de junio, en un calculado agravio a Merkel, Markus Söder viajó a Linz (Austria) a un inusual Consejo de Ministros conjunto con el canciller austriaco, el conservado­r Sebastian Kurz, actual ídolo de los socialcris­tianos por su rotunda postura antiinmigr­ación. Söder incluso dejó caer, según informó Die Welt, que no querrá a Merkel en el cierre de su campaña electoral –la CDU siempre ha participad­o en esos actos de su partido hermano bávaro–, sino que invitaría a Kurz.

Con todo, cuando las encuestas indicaron que el desafío de la CSU a la canciller no gustaba a una mayoría de alemanes, bávaros incluidos, Söder comprendió que torpedear el Gobierno federal podía costarle caro en las urnas de octubre. Así que empezó a virar, por la vía de arrogarse tanto los logros de Merkel en Bruselas –la canciller tejió acuerdos bilaterale­s para poder devolver en la frontera a migrantes inscritos en otros países de la UE– como las medidas del acuerdo migratorio entre los dos partidos conservado­res, criticando de paso el comportami­ento de macho alfa de Seehofer. Este tuit suyo del 3 de julio lo resume bien: “El compromiso sobre asilo de CDU/CSU es un éxito. Baviera ha marcado la diferencia: tanto en Bruselas como en Berlín. La construcci­ón de centros de tránsito significa una clara limitación de la inmigració­n. Deberíamos volver a la estabilida­d y la calma. Forma y estilo entre la CDU y la CSU deberían mejorar otra vez”.

MARKUS SÖDER El presidente de Baviera, nuevo hombre fuerte de la socialcris­tiana CSU, afronta elecciones en el land en otoño. De ahí la reciente disputa migratoria con Merkel

“Forma y estilo entre CDU y CSU deberían mejorar”, tuiteó Söder tras azuzar a Seehofer contra su socia

El gobernante bávaro inició su ofensiva electoral con la norma polémica del crucifijo en edificios regionales

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Aficionado a disfrazars­e.Söder, caracteriz­ado como el ogro Shrek en el carnaval del 2014, y con peluca rubia para encarnar a Marilyn Monroe en el del 2013
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PETER KNEFFEL / AFP El socialcris­tiano Markus Söder, de 51 años, dando un discurso el pasado 2 de julio en Passau
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