La Vanguardia

PP, final de trayecto

- Fernando Ónega

Es posible que, cuando usted lea esta crónica, ya se conozca el nombre del nuevo presidente o presidenta del PP. Cuando la crónica se escribe, todo tiene un aire de final de la prórroga donde los dos equipos se la juegan a los penaltis. Sus cálculos previos suenan más a propaganda o mentira de los compromisa­rios, porque la cuenta de votos prometidos suma más del 130%, un porcentaje apoteósico altamente improbable, por grande que sea el entusiasmo de los votantes. Lo incierto del resultado, sin embargo, le da emoción al encuentro. Tiene el morbo del combate personal. Mejor dicho: es el único morbo que tiene. Para el común de los mortales es muy difícil distinguir en qué se diferencia­n Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado. Los responsabl­es del PP sí lo deben saber, porque no permitiero­n un debate ideológico que ayudase a conocer posiciones.

Así que los compromisa­rios van a decidir por simpatía o por revancha. Sobre simpatías no hay nada escrito: es un sentimient­o intransfer­ible. Sobre la revancha algo debe saber o temer Mariano Rajoy, cuando se le atribuye un mensaje a uno de los asistentes al almuerzo con Pablo Casado que dice, ignoro si es textual: “Odio más odio, igual a odio”. La palabra odio en el combate por la dirección de un partido anuncia gravísimas tensiones. El ganador va a tener su oposición dentro, y puede ser muy dura. Este cronista se limita a preguntar qué tipo de venganza contra Santamaría, que ha sido su vicepresid­enta, mueve a los siete exministro­s que arroparon a Casado.

Más allá de ese morboso combate, está claro que el PP se enfrenta desde hoy, una vez despejada la incógnita del poder personal, a uno de los trances más difíciles de su historia. Ha gobernado España durante 15 de los 40 años de democracia. Hay comunidade­s, diputacion­es y ayuntamien­tos donde no gobernó otro partido después del primer desencanto socialista. Ocupó y manejó todas las institucio­nes. Es, por tanto, un partido de poder. Y ahora parece postrado en las encuestas de intención de voto y humillado por la falta de apoyos en la moción de censura. Es un momento de depresión. El peor síntoma es que se empiezan a publicar artículos que dicen: “España necesita un PP fuerte”, exactament­e lo que se decía del PSOE cuando parecía que se desintegra­ba.

Por eso al elegido o la elegida de hoy se le exige mucho más de lo que se exigió a Rajoy cuando Aznar puso sobre él su omnipotent­e dedo. Se le exige la restauraci­ón del partido con ideología actualizad­a, capaz de crear ilusión y de frenar al PSOE. Y se le encomienda la tarea, probableme­nte imposible, de cortar la sangría que sufre por su derecha –sorprenden­temente, los dos candidatos citan más a Vox que a Cs—y la que puede sufrir por su izquierda si Pedro Sánchez no se escora demasiado hacia la seducción de Pablo Iglesias. Y la gran prueba para la nueva dirección es si tira más la competenci­a de Vox o la necesidad de superar al Partido Socialista. Es decir, giro a la derecha o giro a la izquierda. Y nueva política para Catalunya, porque la encuesta del CEO indica que la sangría sigue ahí.

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DANI DUCH Pablo Casado
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