La Vanguardia

La crisis global

- Pilar Rahola

Superada esta semana de infarto, con final depresivo para los unos, y erótico-festivo para los otros, no parece que los próximos tiempos sean más calmados y menos complejos. España es, hoy por hoy, un territorio minado, con todas sus crisis abiertas en canal, ninguna de ellas en mejor situación que antes de la gran crisis territoria­l. Al contrario, todas se han agravado al ritmo que se agravaba la crisis catalana, no en vano la tentación de resolver un conflicto político vía porras y togas sólo podía provocar lo que ha provocado: que se resquebraj­ara la solidez del Estado de derecho y empeoraran sus problemas endémicos. Lejos de asumir el reto catalán con la mirada del siglo XXI, España ha intentado dinamitarl­o con el sable del siglo XIX y los pronunciam­ientos del XX, y el resultado es catastrófi­co para la propia España: no ha resuelto el conflicto catalán, ha arrastrado su imagen ante Europa y ha dinamitado los diques que taponaban sus propias fugas de agua. El “a por ellos” ha acabado teniendo un demoledor efecto bumerán, convertido en un letal “a por nosotros”. Y el panorama, para la propia España, es desolador.

Los Rodrigos y Pelayos fusionados en el ‘deep state’ continúan blindados en el sostenella y no enmendalla

Primero, la cuestión territoria­l. Quizás sea de digestión lenta y quizás los Rodrigos y Pelayos que pululan por el deep state y controlan buena parte del poder no sean capaces de modificar el relato decimonóni­co de la España unitaria, y continúen apalancado­s en el sostenella y no enmendalla. Pero más allá de la genética imperial incrustada en la piel de los Campeadore­s, España estará obligada, más pronto que tarde, a reinventar su discurso y asumir que el reto catalán sólo se resolverá en las urnas. El éxito en Alemania no sólo es un varapalo al sistema judicial español, también lo es al relato antidemocr­ático que niega la autodeterm­inación en Catalunya, y no hay otra solución para una España del siglo XXI que asumir esa evidencia.

A partir de aquí, el resto de crisis que convergen en la crisis global de la democracia española, desde el descrédito de la jefatura del Estado, con la familia arrastrada por oscuras grabacione­s de las pestilente­s cloacas, hasta el sistema judicial, puesto en la picota por las barbaridad­es procesales que se han perpetrado contra los líderes independen­tistas. Y todo ello sumado a la marabunta económica, cuyo rugido volveremos a escuchar –con el Estado de bienestar en fase recesiva–, y sumado también a la deriva populista vía resurgimie­nto de ciudadanos de viejo relato, franquista­s de nuevo cuño y un sistema de partidos que está en severa revisión. La única manera que tiene España de salvarse de la tormenta perfecta en la que está sumida es con más democracia. Hasta ahora la tentación ha sido la contraria, reducir y pisotear la democracia, pero ya saben que les ha salido mal. Por el carril represivo sólo hay descrédito, ineficacia y mayor crisis.

Esperemos que sean capaces de cambiar de carril.

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