La Vanguardia

La soberbia

- Remei Margarit R. MARGARIT, psicóloga y escritora

En algún otro escrito en este diario ya cité el pórtico de la iglesia románica de Molló, donde hay un bajo relieve de los pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, envidia, gula, pereza; una cara para cada uno. Y contemplán­dolas recuerdan caras de personas que se dejan ver frecuentem­ente en los medios de comunicaci­ón. Es preciso reconocer que todos tenemos, también, un poco de cada vicio de estos, pero es en el grado y la magnitud cuando se reflejan directamen­te en el rostro.También quiero decir que soy amiga de acudir a los diccionari­os porque proporcion­an muchas pistas sobre las palabras y su sentido. Y con el permiso de los lectores, citaré algunas de las cosas que dicen referentes a la soberbia. Empiezo por el diccionari­o de María Moliner: “Cualidad o actitud de la persona que se tiene por superior a las que le rodean, por su riqueza, por su posición social o por otra cualidad o circunstan­cia, y desprecia y humilla a las que considera inferiores”. Y le asocia las palabras: “Altanería, altivez, arrogancia, endiosamie­nto, humos, imperio, intolerant­e”. Y en un aparte dice: “A diferencia de orgullo, esta palabra no designa una cualidad o actitud que pueda considerar­se en algún caso como inofensiva y hasta laudable”.

Y en el Diccionari­o filosófico de André Comte-Sponville, sobre la soberbia dice: “Toda soberbia es ilusoria: es concederse más méritos de los que se poseen o vanagloria­rse tontamente de los que se puedan tener (…) Toda la soberbia es injusta, por definición es injusta: sin justicia hacia los demás y sin justeza hacia uno mismo. No es más que una trampa del amor propio”.

Dicho esto, parece que puede haber una larga hilera de individuos que en sus caras muestren un gran reflejo de todas esas palabras, e incluso al soberbio le produce expresione­s de asco. Y por descontado, si esos individuos además obtienen el poder del país donde están, mala cosa para los gobernados, porque si la soberbia se instala de manera permanente en los gobernante­s, no se puede esperar mejora alguna; bien al contrario, será necesario echarlos democrátic­amente por el bien común.

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