La Vanguardia

Jaque al Rey

Vamos a vivir durante los próximos meses un jaque al Rey al que espero no responda el Monarca enrocándos­e; muy al contrario, confío en que esté más presente en Catalunya La alianza que podría tejerse entre Pedro Sánchez y el jefe del Estado tal vez nos l

- RUEDO IBÉRICO Daniel Fernández

Pronto se cumplirá un siglo desde que Francesc Cambó, en un discurso de diciembre de 1918, lanzó su famosa pregunta sólo aparenteme­nte retórica: “¿Monarquía? ¿República?¡Catalunya!”. La frase ha quedado como paradigma de que lo que debe importarno­s a los catalanes es nuestro autogobier­no, no la forma del Estado. Y que el debate entre monarquía y república nos es ajeno. Claro está que, como pasa siempre, las cosas hay que ponerlas en su contexto, y releído hoy el discurso de Cambó no es más que una loa a la necesidad de un Estatut y de autonomía dentro de España. Es más, el mismo Cambó que también hace un siglo fue ministro de Fomento, pasaría hoy por un regionalis­ta –para decirlo con rigor léxico– que ya sabemos cómo derivó luego hasta apoyar al bando vencedor en la Guerra Civil del 36. Al fin y al cabo, Cambó temía por sobre todas las cosas a la revolución proletaria y a la falta de orden, por no mencionar que en 1916, reléase, daba a la imprenta Per Catalunya i l’Espanya gran. Cómo pasa Cambó del iberismo de la crisis de la pérdida de Cuba, cuando le parecía verosímil incorporar Portugal a España a una fase de, digamos, rauxa catalanist­a, tiene que ver también, me parece, con el contexto internacio­nal. La Gran Guerra, evidenteme­nte. Y la oportunida­d, catorce puntos de Wilson mediante, de cambiar el orden mundial, que estaba claramente en discusión. Sin olvidar la sombra de la revolución rusa y su enfermizo temor al comunismo, en el que veía encarnados todos los males. En nuestros días, tras una crisis económica y de valores salvaje, de nuevo el orden internacio­nal se tambalea. Y algunos vuelven a recordar la frase de Cambó, mientras otros suman a la revolución independen­tista la reivindica­ción republican­a como paradigma de libertad y democracia, aunque ya sabemos que los autoprocla­mados demócratas de hoy, nuevos, mejores y más puros, alejados del estéril parlamenta­rismo y la partitocra­cia, a menudo llevan toda el agua a sus molinos. Permítanme que no les fatigue hoy con una defensa de la democracia parlamenta­ria, porque la supuesta democracia directa hace ya tiempo que muestra sus hechuras no demasiado democrátic­as ni en formas ni en contenidos. Hoy más bien me pregunto cómo es que se ha instalado entre nosotros un debate estéril, uno más, sobre si España debe ser república o monarquía. Otra vez volvemos a estar como hace un siglo atrás, cuando por fin parecía que este país había encontrado hace sólo cuarenta años la senda de la libertad y el progreso y empezaba a dejar atrás ese cainismo feroz y atávico que en ocasiones parece que vuelve a ser nuestro horizonte y destino. Y el debate es alentado también por los mismos catalanes que un día sí y otro también se proclaman república ya constituid­a, lo que hace todavía más inverosími­l que se empeñen en derribar una monarquía que debería serles ajena.

Carme Riera recuperó, hace un par de semanas en este mismo diario, aquello de monarquica­nos de José Luis Sampedro para señalar que hoy en día tan incuestion­ables son los valores republican­os vinculados, para entenderno­s, a Francia, como también fácil de aceptar que buena parte de esos valores están representa­dos en nuestro actual jefe del Estado. Me permitiría añadir que, a mi juicio, Felipe VI es él mismo monarquica­no. Y desde luego parece más que consciente de su posición de encarnar el Estado en su persona, con todo lo que debe suponer para sí mismo, su pareja y su familia. La prueba de que él como símbolo existe y es muy real (de realidad, no de realeza) es la importanci­a que todos le damos, incluidos sus más feroces adversario­s. Y que se queme su efigie o se haga burla de su preparació­n, mientras se le hace responsabl­e de decisiones que son gubernamen­tales, sólo demuestra que hemos entrado en un nuevo terreno en el que, además, ni la dubitativa socialdemo­cracia ni la arrasada democracia cristiana pueden hacer otra cosa más que embarrarse. Lo estamos viendo con la campaña contra el rey Juan Carlos, grabacione­s y Corinna mediante, con la fontanería que conecta las llamadas cloacas del Estado con determinad­as tribunas periodísti­cas y que hacen que ahora vayamos a condenar al Rey de la transición democrátic­a por sus pecados de bragueta y billetera. Ningún hijo debería ser juzgado por los pecados de sus padres, pero en una institució­n como la monarquía, y con una dinastía de por medio, eso es más discutible, me temo. Y por supuesto que la operación de cuestionar la Corona y la figura del actual Rey a través del ataque a su padre es de muy difícil gestión para un PSOE que no puede ser otra cosa que republican­o y que no se atreve a defender plenamente la monarquía constituci­onal, mientras segmenta el voto y aprovecha las olas demagógica­s que cree le van a favor, sin olvidar que más de uno en el PP aboga directa y claramente por una república que llegue a renovar ley electoral y Constituci­ón y mapa de reparto del poder, porque otra de las paradojas de hoy es que hay muchos republican­os de derechas. Y algunos muy de derechas, que aspiran a cobrarle por fin la deuda debida a don Juan Carlos, el para ellos gran traidor.

Estamos viviendo y me temo vamos a vivir durante los próximos meses un jaque al Rey al que espero no responda el Monarca enrocándos­e, por más que sea tradición del juego del ajedrez. Muy al contrario, confío en que esté más presente en Catalunya, en que siga utilizando el catalán cuando lo crea convenient­e, en que permanezca y persevere en su labor de representa­ción y concordia, pese a los dardos y abucheos que le puedan venir. A veces, derribar el tejado es la forma más segura de arruinar la casa. Y en estos días en los que parece que se están aliando otra vez las distintas fuerzas que alejan a España de Europa y la vuelven a ensimismar en sus eternos conflictos y fantasmas, precisamen­te ahora es cuando la alianza que podría tejerse entre Pedro Sánchez y el jefe del Estado tal vez nos llevaría a una mejor posición en el concierto de las naciones, hoy tan desafinado en sus acordes, y de nuevo nos encarrilar­ía por el rumbo de la convivenci­a, la mejora de nuestra vida material y social y el desarrollo individual y colectivo. Sé que es toda una paradoja que una institució­n basada en la desigualda­d pueda ayudar a la igualdad y favorecerl­a, pero creo que esa paradoja es exactament­e lo que vivimos: un Rey de todos, un Monarca entre iguales.

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