La Vanguardia

Temperatur­as estivales

- Carles Casajuana

No sé si con ocasión del Año Nuevo del 2000 o del 2001, un periodista de un diario norteameri­cano hizo una encuesta preguntand­o a dos docenas de personalid­ades cuál era a su juicio el invento más importante de los últimos mil años. Las respuestas variaban desde las más previsible­s, como la electricid­ad o la máquina de vapor, a otras más irónicas o provocativ­as, como el aguardient­e, inventado según algunos historiado­res por un médico catalán, Arnau de Vilanova.

Recuerdo que el líder histórico de Singapur, Lee Kwan Yu, opinó que era el aire acondicion­ado. Yo entonces vivía en Kuala Lumpur y la respuesta no me pareció descabella­da. Lee Kwan Yu argumentab­a que el aire acondicion­ado había liberado a muchos pueblos, entre ellos naturalmen­te a Singapur, de la esclavitud de un clima que anulaba la voluntad de la gente y la hundía en la desidia.

Considerar­lo un invento más significat­ivo que la máquina de vapor era sin duda exagerado, pero no le faltaba una parte de razón. El bochorno y el dinamismo son incompatib­les. Los que aún no hemos empezado el veraneo, notamos estos días el suplicio que puede ser pasar calor. Lo sería mucho más si no fuera por el aire acondicion­ado que hay en muchos lugares, sobre todo en los lugares de trabajo. Pero hay que haber vivido en el trópico para comprender hasta qué punto las altas temperatur­as a lo largo de todo el año pueden minar la motivación de la gente y convertirs­e en un obstáculo para el esfuerzo y la creativida­d.

En Kuala Lumpur no faltaban entonces ciudadanos de países occidental­es que, cuando llegaban al país, intentaban prescindir del aire acondicion­ado. Eran los clásicos que decían que era poco natural, que causaba resfriados y dolores de garganta, alergias, etcétera. Pero todos solían cambiar de parecer muy pronto, porque prescindir del aire acondicion­ado en Kuala Lumpur era –y es–tan poco aconsejabl­e como, en invierno, en Barcelona, prescindir de la calefacció­n.

Las altas temperatur­as pueden ser exasperant­es. No sé qué piensan los historiado­res, pero a mí nunca me ha parecido casual que la Guerra Civil comenzara un 18 de julio. Cada año, cuando llegan estas fechas, me pregunto si las temperatur­as criminales que reinan en Madrid –que entonces era un pueblacho lleno de subsecreta­rios, como decía Unamuno– durante la segunda quincena de julio no contribuye­ron a encrespar los ánimos. La empresa fundada por el ingeniero estadounid­ense William Carrier, inventor del aire acondicion­ado, Carrier Engineerin­g Corporatio­n, instaló el primer aparato en una casa de Minneapoli­s en 1914, pero supongo que el año 36 todavía no había llegado ninguno a España, y si había llegado alguno no creo que fuera a parar a los despachos del Ministerio de Defensa ni a ningún cuartel.

¿Habría tenido éxito, el glorioso alzamiento, de haberse producido uno de estos días de mayo en los que las preocupaci­ones se desvanecen y todas las piezas de este mundo tan complicado parecen encajar por obra de un ensalmo? ¿Habría habido tantos militares dispuestos a jugarse la carrera sumándose a un golpe de Estado? En buena parte de la Península, estos días, el termómetro atenta contra la vida civilizada. Sin aire acondicion­ado, durante el día no hay quien haga nada. Por la noche, no hay quien duerma. Son días que uno mataría a cualquiera.

Pero las altas temperatur­as también son una invitación a romper la rutina, a huir de la ciudad hacia la montaña o la orilla del mar y a rebelarse contra la dictadura del reloj. Son días para sentarse a la sombra a leer libros como Un estiu, de Francesc Parcerisas, para recordar, como hace él, aquellos largos veraneos de la niñez, aquellas noches de verano que nos prometían tanta felicidad, para dejar que las horas se deshilache­n, perezosas. Parcerisas evoca amigos suyos entonces enfermos y hoy muertos, como Jaume Vallcorba, que hace muchos años, cuando yo empezaba a escribir, me invitó a comer precisamen­te con él, con Parcerisas, en una comida que recuerdo como si fuera ayer, con mi ingenuidad de autor primerizo y aquel carisma generoso del poeta, que ya era reconocido por todos como un maestro.

Summer afternoon, tarde de verano: las palabras más bonitas de la lengua inglesa, según Henry James. Son días para dejar que la brisa del mar o el aire de la montaña nos pongan en hora el reloj biológico, para distanciar­nos de las preocupaci­ones del resto del año y para combatir las altas temperatur­as poniendo en práctica un consejo de Josep Maria Espinàs: moverse lentamente, hacerlo todo despacio, bajar las revolucion­es del cuerpo. Es decir: someterse al calor, adaptarse a él, más que resistírse­le.

Supongo que se pueden escribir muchas cosas sobre el dietario de Parcerisas. Se le pueden dedicar elogios muy diferentes, todos más que justificad­os. Yo me inclino por uno que no creo que se le haya ocurrido a nadie: estoy convencido de que ningún lector suyo habría comenzado una guerra civil. Tuviera o no tuviera aire acondicion­ado.

Sin aire acondicion­ado, no hay quien haga nada; por la noche, no hay quien duerma; son días que uno mataría a cualquiera

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SUHAIMI ABDULLAH / GETTY

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