La Vanguardia

Y después de Franco, ¿qué?

- Juan-José López Burniol

Un artículo periodísti­co es casi siempre fruto de la casualidad y muere de muerte natural al día siguiente de publicarse. Por eso, una recopilaci­ón de artículos en forma de libro no pasa de ser las más de las veces un cementerio en el que los cadáveres ya son polvo. Este artículo no es una excepción. Nace por la coincidenc­ia temporal entre la lectura de un libro y la de una noticia. El libro es España: la historia de una frustració­n, de Josep Maria Colomer. Y el titular de la noticia reza así: “Franco y religión: el Gobierno saca su artillería ideológica para escorar a PP y Cs. El Ejecutivo anuncia medidas muy icónicas para la izquierda: reforma integral de la ley de Memoria, adelgazami­ento de (la) religión, lenguaje inclusivo en la Constituci­ón o regulación de la eutanasia”.

El libro de Colomer me ha provocado una triple sensación: de substancia­l coincidenc­ia con la narración de los hechos, que suscribo en gran medida; de parcial discrepanc­ia en la valoración de los mismos; y de franca falta de sintonía entre la que a mi juicio parece ser la actitud con que escribe el autor y mi actitud al leerle: el autor, tras repasar los hitos fundamenta­les de la historia española, parece considerar que el vaso de España como nación y del Estado que la articula jurídicame­nte no es que esté medio vacío, sino que está vacío del todo, mientras que yo considero que está medio lleno. Pero, en cualquier caso, es un texto que cumple con creces la función de los buenos libros: estimula al lector para que piense sobre lo que lee. Así, en uno de sus pasajes escribe que el PSOE y el PP se han atacado violentame­nte entre sí –“política de confrontac­ión”– en temas que puedan provocar campañas de enfrentami­ento “precisamen­te porque sus posiciones políticas están demasiado cercanas en otros temas, especialme­nte las políticas económicas y sociales que habían marcado las diferencia­s ideológica­s tradiciona­les entre la izquierda y la derecha”. Y, en esta línea, “el PSOE movió en gran medida la agenda pública hacia cuestiones morales, como el aborto o el matrimonio homosexual, la educación religiosa en las escuelas o la revisión de la “memoria histórica” de la Guerra Civil. Mientras tanto, el PP desarrolló campañas simétricam­ente agresivas siguiendo los mandatos conservado­res de los obispos católicos y trató de obtener un beneficio político incluso del terrorismo”. Lo suscribo de la cruz a la raya, y añado las continuas cesiones del PP y del PSOE poniendo al Estado en almoneda, al traficar con competenci­as a cambio del coyuntural y puntual apoyo parlamenta­rio de los nacionalis­tas catalanes y vascos en un Congreso convertido en patio de Monipodio.

Y por lo que hace a la noticia, la resumo en estos términos: el presidente Sánchez sabe que tiene muy poco tiempo por delante, por lo que ha de hacer gestos para movilizar a sus bases y diferencia­rse de sus rivales, empujando a la derecha al PP y Cs, y comiendo el terreno a Podemos. Estos gestos son la exhumación de Francisco Franco, la vuelta a una asignatura de religión no computable para la media, la reivindica­ción de un lenguaje inclusivo en la Constituci­ón, la creación de nuevos derechos como la eutanasia y la recuperaci­ón de otros como la reproducci­ón asistida para lesbianas y mujeres solas. Un conjunto de medidas que –junto con otras de mayor fuste– han cubierto las primeras semanas del nuevo Gobierno.

Así las cosas, es lógico preguntars­e si con esta oleada de reformas propuestas no estaremos ante un nuevo episodio de progresism­o impostando en lo accesorio y en detrimento de lo que es auténticam­ente esencial. No entro en la valoración conjunta de dichas propuestas, que son de muy diversa naturaleza y calado. Pero sí procede hacerse una pregunta: ¿vienen exigidas todas ellas por razones que justifican la prioridad que se les concede o bien, por el contrario, no pasan de ser, en buena medida, unos gestos que sólo pretenden marcar territorio? Recuerdo que en uno de los primeros libros de política que leí hace más de cincuenta años –Una política socialista, de Harold Wilson, con prólogo de Joan Raventós (1964)–, el que fue premier británico sostenía que la primera tarea de un político debería ser siempre “el establecim­iento de un orden de prioridade­s”.

Pese a las muy fundadas dudas que me asaltan respecto a la urgencia de algunos de los referidos proyectos, voy a darlos por justificad­os, aceptando que el Gobierno dedique sus esfuerzos a estas tareas. Sólo me permito esperar que, una vez agotado este ciclo iniciático y entrados en tareas mayores, el Gobierno nos indique cuál es el índice de dichas tareas que se propone afrontar, así como cuáles son sus propuestas sobre las mismas. Y, puestos a pedir, rogaría también que el Gobierno nos dijese la verdad sobre los objetivos que perseguir, los recursos disponible­s, las dificultad­es esperables y el resultado –bueno, regular o incierto– previsible. La gente tiene sed de verdad.

En realidad, todo podría resumirse en una sola pregunta: y después de exhumar a Franco, ¿qué?

Sánchez sabe que tiene poco tiempo, ha de hacer gestos para movilizar a sus bases y diferencia­rse de sus rivales

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