El movimiento de la meditación
Esta técnica de reflexión y relajación gana adeptos al incorporar formas dinámicas
Cada vez son más quienes incorporan la meditación como una rutina diaria... imprescindible. De Djokovic, Nadal o Federer a LeBron James, Kobe Bryant y Pau Gasol han confesado, en más de una ocasión, que esa es la razón de su fortaleza. Que la meditación les ayuda a gestionar las emociones, el dolor y a ahuyentar los pensamientos negativos. A respirar mejor y a controlar o superar lesiones. El mundo ha vuelto a poner su mirada en esta práctica al conocer estas semanas que los niños atrapados en la cueva de Tailandia recurrieron a ella para su supervivencia.
Existe en estos momentos una proliferación de cursos, centros o retiros para practicar la meditación (sobre todo en movimiento) defendiendo que estas técnicas que aburre a algunos y a otros aterra en Occidente (el miedo al silencio y al estar con uno mismo persiste en muchos) aporta beneficios espectaculares.
Con todo, todavía son pocos los estudios que avalan científicamente ese aporte beneficioso de la meditación para la salud. Una de las investigaciones que los maestros toman como referencia es la de la investigadora en neurociencia de la Escuela Médica de Harvard, Sara Lazar, quien hace un par de años sostuvo que la práctica de la meditación de forma regular contribuye a aumentar el volumen de tejido cerebral en determinadas zonas de la corteza prefrontal y en la ínsula, la estructura relacionada con la empatía. A esa conclusión llegó tras un estudio a 20 personas.
A la meditación también se le atribuyen efectos positivos sobre la memoria, la autoconciencia y el estrés. Según el médico argentino especializado en esta técnica de relajación Daniel Foster, “la práctica actúa a nivel del control emocional, es decir, sobre aspectos funcionales del cerebro, pero también en los anatómicos: aumenta la cantidad de materia blanca en algunas de las principales rutas neuronales que conectan las áreas asociativas y receptivas con las motoras y premotoras, y las que conectan la amígdala y el hipocampo”.
La tradición en Occidente se remonta incluso a Santa Teresa. Ella también supo de esta práctica que invita a “a conectarse con uno mismo y con los demás de una forma más amorosa, alcanzar un estado de felicidad permanente y no una felicidad circunstancial producto de la satisfacción del ego”, dice Foster. Hijo de psicoanalistas, este médico descubrió el poder de la meditación cuando en 1999 hizo su primer retiro en el Osho International Meditation Resort en India.
Para todos aquellos a quienes les cuesta (muchas a veces hasta les avergüenza) ponerse a meditar porque lo vinculan sólo al hecho de sentarse con las piernas cruzadas, cerrar los ojos y esperar... hay solución. Es la meditación en movimiento. La que se está extendiendo a pasos agigantados en Europa (muchas veces a través del yoga: porque esa conexión es también el único fin de la práctica de las asanas) y la que ha atrapado desde hace ya unos cuantos años a las estrellas del deporte y del cine. ¿Y cómo en movimiento? ¿Cómo es eso posible? Pues porque tal como explican Yoshio Hama y Mariángel Romero, “meditar es la concentración sin interrupciones. Es poner el foco en el aquí y