Negros como medusas
Entra dentro de lo posible que esté usted poniéndose moreno en alguna playa de la costa peninsular o balear cuando se consuma una de las dos amenazas de este verano: una invasión de medusas o una invasión de inmigrantes. La primera coincidirá con un aumento de la temperatura del Mediterráneo. La segunda, con el cierre de la ruta de los Balcanes a través de Grecia y con las alarmantes prioridades de un italiano zumbado que atiende por Matteo Salvini.
Estará usted escuchando por su iPod Hurricane, de Bob Dylan, “Oh, my God, they kill them all!”, cuando verá llegar a un montón de náufragos. No uno, ni dos, ni los cinco de la patera que arribó a primeros de julio a cala Canutells en Menorca. Serán decenas. Vendrán de países que se han ido a pique y por cuya borda han logrado saltar en el último momento.
En un minuto se habrá llenado la playa de infelices.
Entonces una gran marejada de solidaridad recorrerá el arenal. Cada equis metros un grupo de blancos cuidará de un negro que, aturdido por el hambre y la sed, creerá que aquello es una alucinación producida por la proximidad de la muerte. Por una vez y sin que sirva de precedente, los unos tratarán a los otros de igual a igual. Claro que todo el mundo querrá inmortalizar con su móvil esa escena inédita en sus vacaciones, para colgar luego el vídeo en las redes sociales. “Qué drama, qué drama”, contarán a sus seguidores.
Facebook, Twitter, qué sé yo, harán que se acerquen las televisiones. Los realizadores explotarán la imagen de usted abrazando a un náufrago, dándole su agua mineral, cubriéndole con su toalla. Cuánta buena conciencia gratis. “Cientos de turistas, sorprendidos por una avalancha de
Entra de lo posible que esté usted en una playa y se vea sorprendido por decenas de náufragos moribundos
subsaharianos”, leerá la presentadora del telediario. Mañana los productores ya llenarán la escaleta con los cientos de medusas que, para disgusto de los hoteleros, han aparecido en la orilla un poco más al norte.
Primero las teles, decíamos. Luego llegarán a la playa los políticos. Seguro que anuncian una comisión o un comité de algo. Para cuando vuelvan a sus despachos (si es que no se van de vacaciones) y se dispongan a regular los naufragios (porque es lo que harán: regular), la burocracia habrá actuado con tal eficacia que cuando los negros hayan recuperado las fuerzas ya habrán dejado de ser personas con una biografía dentro para convertirse en meros expedientes de leyes mal hechas.
En el peor de los casos, a esos negros les espera un billete de vuelta al horror del que han huido y que a Europa le importa un bledo. En el mejor, una autorización válida para unas semanas, en espera de unos papeles que difícilmente les darán. Entre tanto, carretera y manta. Literal. Carretera en dirección a Barcelona. Y manta: la que extenderán en el subsuelo de la plaza Catalunya, en la Barceloneta, en la playa de Bogatell... Habrá una invasión de molestos náufragos urbanos, y la amenaza veraniega no será a la justicia o a los derechos humanos, no, sino al turismo. Ya ven, los negros, como las medusas.