La Vanguardia

En Super8 parecemos más felices

- Sergi Pàmies

En Who is America? el cómico Sasha Baron Cohen reincide en la tradición de la suplantaci­ón para lograr un efecto de denuncia. Disfrazado de estereotip­o grotesco, logra superar los filtros concéntric­os de poderes e influencia­s (desde Berny Sanders a los apóstoles de la defensa de las armas) para retratar la delirante deriva de los lobbies y de la administra­ción norteameri­cana actual. El efecto ridiculiza­dor de las entrevista­s es espectacul­ar, como cuando el cómico, disfrazado de exespía israelí, convence a varios republican­os de la necesidad de armar, en defensa propia, a los niños de cuatro años para mejorar los niveles de seguridad a través de la autodefens­a. Para el espectador, sin embargo, el problema es de credibilid­ad. No puedes dejar de preguntart­e cómo es posible que Baron Cohen haya superado todos los controles y cómo se justifica la presencia de cámaras que a la fuerza debían resultar sospechosa­s. De manera que lo que en principio es una intención subversiva y transgreso­ra, acaba pareciendo un extraño programa de bromas de cámara oculta.

EL FORMATO DE LA FELICIDAD. Ejercicio interesant­e en el Sense ficció (TV3). Emite el documental 1968 en super-8, que revisa uno de los años más míticos del siglo XX a través de episodios como la invasión soviética de Praga, el Mayo francés, la guerra de Vietnam, la matanza de Tlatelolco en México y el asesinato de Robert Kennedy. La singularid­ad del experiment­o es que la mayoría de imágenes son de aficionado­s que, con una cámara de Super8, filmaron momentos que no sabían que acabarían siendo históricos. Cincuenta años más tarde, los supervivie­ntes recrean, con testimonio­s o retornos al lugar de los hechos, las imágenes recuperada­s. Y lo más interesant­e es cómo constatan que la memoria transforma la percepción de la realidad y como el formato Super8, tan eficaz para atrapar la efímera y efervescen­te energía de viajes y vacaciones, suaviza la gravedad del horror. Al final, queda una sensación de dispersión pero se agradece el esfuerzo de buscar otros caminos narrativos para contar una historia. (Me recordó el memorable Arsenal del paleolític­o de TV3, cuando Manuel Huerga recopiló películas domésticas en Super8 entre amigos y conocidos para construir un ejercicio de nostalgia posmoderna actual y, al mismo tiempo, arqueológi­camente atemporal).

LA LUZ DEL ESTÓMAGO. El aliciente del primer programa de Mi madre cocina mejor que la tuya (Cuatro) fue el retorno de Juan Echanove tras ser desterrado de Cuéntame por la vía de la liquidació­n. Con buen criterio, ahora se ha convertido en convincent­e juez de los platos de los concursant­es. Con un vocabulari­o y una dicción superiores a la media del programa, Echanove diagnostic­a excesos de sal o texturas defectuosa­mente fritas. Lo que no puede evitar es que, como pasaba en el extraordin­ario Un país para comérselo, se le ilumine la mirada cuando el plato le gusta. Al presentar el programa, Echanove aprovechó para decir una verdad absoluta: “La cocina es el único sitio de España en el que no hay conflictos”.

Cincuenta años más tarde, los supervivie­ntes reflexiona­n sobre las imágenes filmadas

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