Por todo lo alto
Normalmente, desde las alturas, las cosas se ven a distancia, incluso con superioridad. No es el caso de Carme Garcia, una de las pioneras de la fotografía en Catalunya, que construyó una narración compleja de Barcelona rompiendo dicotomías entre el espacio público y privado, acercándose y enseñando lo que nadie veía. Hasta el 27 de octubre puede visitarse una exposición en el Arxiu Fotogràfic que muestra una selección de su obra. En el mirador de Maria Aurèlia Capmany, en la novena planta del edificio Novíssim de la plaza Sant Miquel, se presenta el catálogo Carme Garcia. Des del
terrat, publicado por El Cep i la Nansa.
Es 16 de julio. Y mientras en muchos puertos los pescadores salen engalanados a la mar conmemorando a la Virgen del Carmen, detecto algo a lo lejos, recortándose en el cielo azul. Es un kitesurf que vuela vertiginosamente alto. La hija de la homenajeada, Gràcia Ferrando, comenta que le cuesta reconocer las calles Avinyó y D’en Carabassa, que Garcia inmortalizó. Las azoteas desempeñaron un papel importante en su obra, explica la curadora Isabel Segura, que hace un resumen de su carrera: aunque empezaría en los años 30, a partir de 1952 no se detendría más. Lejos de los arquetipos de la época, modificaría la representación de las mujeres a través de un contrapicado que otorga fuerza y poderío a sus cuerpos. Retrataría esas nuevas Barcelonas arquitectónicamente emblemáticas y socialmente estigmatizadas y, sin juzgar, capturaría también la ciudad de la heroína en los ochenta.
Gracias a los premios que obtuvo, pudo comprarse cámaras y dedicarse a lo que quería. Murió casi centenaria; hoy habría celebrado su santo, mañana habría cumplido 103 años, apunta Jordi Serchs, director del Arxiu Fotogràfic de Barcelona, que reivindica a otras mujeres como Milagros Caturla o Roser Martínez. Ha abierto el acto la regidora de Feminismes i LGTBI, Laura Pérez Castaño. En el público están la escritora Mercè Ibarz y la pintora Maria Chordà, que hace poco expuso en Amposta Llots i Torbes, sobre el origen de la vida.
El martes, la editora Poppy Grijalbo celebraba el fin de curso en la duodécima planta del hotel Sofía, y las anécdotas se concentraban frente al ascensor: es tan moderno que nadie sabía utilizarlo. Hubo quienes acabaron yendo por el de servicio. Un problema que no habrían tenido para subir a la Torre de les Aigües del Besós.
Allí se presenta Somorrostro. Mirades literàries, publicado por el Ayuntamiento de Barcelona. El editor del volumen, Enric H. March, cuenta que ningún otro barrio de barracas ha merecido tanta atención por parte de los escritores, entre los cuales, Blai Bonet, Mercè Rodoreda, Juan Goytisolo o Terenci Moix. Él lo atribuye, primero al éxito de Carmen Amaya, que convirtió un espacio marginal en un escenario literario; segundo, a la construcción de un paseo marítimo en cuyo extremo se hallaba el espectáculo de la miseria. De hecho, el libro recoge una foto de Ignasi Marroyo, en el que un hombre se cuelga de la barandilla para retratar el poblado, y también una viñeta de Joaquim Muntañola: dos paseantes asomados a las chabolas comentan que está muy bien poder ver un Goya en vivo.
March contextualiza los textos desde la neutralidad. El de Josep Pla, La nena salvatge, de 1919, hoy sería inadmisible. El libro también incluye dos crónicas. Pero vayamos a la cúspide. Está sobre una bóveda catalana, al final de 303 escalones entre los gruesos ladrillos de esta torre modernista construida en la década de 1880. A los periodistas nos dan un botellín de agua antes de la expedición. Algunos osarán ir por la escalera exterior, los demás venceremos vértigos y claustrofobias en el tramo donde estaba el depósito. Las vistas, arriba, compensan. El agobio llega al bajar. Es como en las pesadillas, donde la escalera de caracol se hace infinita a tu paso.
Vale. Ahora es cuando debería encontrar un hilo argumental que ligara el tema de las alturas con Viatges per Irlanda, de J.M. Synge, publicado en Edicions 1984. La Inexplicable lleva ocho meses abierta y se llena por segunda vez esta semana, después de que el nuevo director de la Institució de les Lletres Catalanes, Joan-Elies Adell, presentara aquí Res no és personal (Poemes de Saldonar). En esta ocasión, Andreu Gomila le pregunta a Oriol Ampuero qué retos le supuso la traducción de este gran dramaturgo de finales del siglo XIX, conocido sobre todo por Jinetes en el mar y a quien citaría W.B. Yeats. Las descripciones que Synge hace de los pueblos y oficios recuerdan a Pla cuarenta años antes que Pla, según Gomila, cambiando el Mediterráneo por los paisajes agrestes.
Synge pertenecía (y renegaba de sus orígenes) a la aristocracia protestante angloparlante que había llegado a Irlanda siglos antes. En 1871, cuando nace, hubo una especie de Renaixença por la que se escriben obras profundamente irlandesas aunque estén en inglés (tras la Gran Hambruna de 1845, que acabó con una cuarta parte de la población, son pocos los que hablan gaélico). La cuestión es que Synge “toma la jerga popular de la gente y la eleva a categoría literaria”, dice Ampuero. Elevar. Y así es como, aunque parecía imposible, acaba esta crónica igual que empezó: por todo lo alto.
“En el hotel Sofía las anécdotas se concentran frente al ascensor: es tan moderno que nadie sabía utilizarlo”