Garcia Fària contra los caciques
Hace 25 años, el alcalde Maragall rescató del olvido, bautizando una calle de la ciudad, al ingeniero que combatió la corrupción municipal
Ala vista de la impúdica, persistente y escandalosa corrupción que preside por desgracia las noticias en tantos ámbitos locales y nacionales, vale la pena sacar a la luz el episodio doloroso padecido por Garcia Fària. El barcelonés Pere Garcia Fària (1858-1927) era ingeniero de caminos, arquitecto, urbanista y jefe del servicio de saneamiento del Ayuntamiento de la ciudad.
Seguidor de su admirado Ildefons Cerdà, llevó a cabo un ambicioso y detallado proyecto de saneamiento de la ciudad; la extensa y moderna red de cloacas que propugnaba estaba destinada a higienizar de forma eficaz y definitiva el conjunto urbano. Al hacerlo realidad, supuso la consolidación definitiva de la trama ortogonal del Eixample.
No se trata aquí de efectuar una evocación biográfica del personaje, sino de relatar con un cierto detalle el episodio grave que puso de manifiesto la actuación de los corruptos para quebrar la honestidad de un alto funcionario. Me he valido del librito que escribió y que fue publicado en 1902. Deseaba él así aclarar de una vez las conductas torticeras llevadas a cabo por quienes buscaban el enriquecimiento ilegal. El título era indicativo: ¿Anarquía ó caciquismo?.
Comienza por denunciar el caciquismo bien infiltrado en la Administración y especialmente en el Ayuntamiento. Precisa que los anarquistas emplean la dinamita y las armas, pero que los caciques, no menos criminales, manejan la pluma y la imprenta para herir con la calumnia.
Recuerda que en 1887 el alcalde Rius i Taulet le llamó para dirigir el saneamiento y la higiene de la ciudad. Con los proyectos en marcha, le visitó un tipo para pedirle que las obras se realicen sin subasta para que así las lleve a cabo un determinado grupo constructor; a cambio le promete como mínimo medio millón de pesetas. Garcia Fària hizo caso omiso y los caciques no obtuvieron la concesión de obras. La venganza se materializó pronto, al conseguir que fuera destituido.
Pasado un tiempo, no tuvo más remedio que poner un pleito al Ayuntamiento para que le pagara los trabajos realizados. Una real orden le dio la razón en 1897. El Ayuntamiento de Barcelona presentó recurso, que no prosperó; de ahí que mientras negociaba pactar con Garcia Fària la indemnización, no cesara de obstaculizar el proceso mediante resistencia pasiva. En casos parecidos el Consistorio había pagado sin problema alguno indemnizaciones superiores. De ahí que él los calificara como “anarquistas de levita”. El único al que siempre respetó, por honrado, fue el alcalde
Decía que los anarquistas usaban la dinamita y las armas; los caciques, la pluma para calumniar
En 1896 proyectó Villa Rosita, su propia casa, levantada en la calle Príncep d’Astúries
Rius i Taulet. Garcia Fària denunció amenazas violentas para que renunciara cobrar, al anunciarle “campañas calumniosas para atentar a su prestigio moral y profesional”. De ahí que comenzara poco después la publicación en la prensa de textos breves anónimos en el sentido anunciado.
Otro incidente urdido para desprestigiarlo había ocurrido en las obras de la cloaca de la calle Dormitori de Sant Francesc; hicieron pasar carros sobrecargados para desencadenar el hundimiento y achacárselo a él. Fue condenado a un largo olvido. Hasta que el Ayuntamiento del alcalde Pasqual Maragall bautizó en 1993 una arteria importante, paralela a la Mar Bella, con el nombre de Pere Garcia Fària. Lo tenía más que merecido.