La Vanguardia

El nuevo héroe británico

El Sky y Brailsford, aunque no lo digan, y Gran Bretaña en general prefieren que gane Thomas

- XAVIER G. LUQUE Carcasona Enviado especial

Ver al galés Geraint Thomas luciendo el maillot amarillo se está convirtien­do en algo habitual en este Tour, una circunstan­cia que ha encumbrado definitiva­mente al ciclista galés, muy querido en su país tanto por su colaboraci­ón en los triunfos olímpicos del equipo de persecució­n como por su afinado sentido del humor y su pasión por la cerveza.

Ahora hace un año Christophe­r Froome conquistó su cuarto Tour de Francia. ¿Y qué encuesta lanzó la BBC? Pues esta: “¿Por qué cree que Froome no le cae bien a la afición británica?”.

Es una prueba de la complicada relación del ciclista keniano con sus orígenes. Y ahora, por delante, tiene a un producto genuino de la Masia del ciclismo british: Geraint Thomas, un auténtico ídolo nacional como lo era Bradley Wiggins, con quien tiene más coincidenc­ias de las que podría pensarse a primera vista.

Nacido en Cardiff hace 32 años y residente en Mónaco, Thomas proviene de la escuela de ciclismo en pista que formó al actual mánager del Sky, Dave Brailsford. Es un deportista moldeado en sus manos y convertido en pieza adaptable a todas las disciplina­s. ¿Qué formador de talentos podría pedir más?

El actual líder del Tour de Francia se metió en el bolsillo a la afición británica con sus éxitos en la pista. Especialme­nte en los Juegos Olímpicos, pero también en los de la Commonweal­th que no es para los británicos lo mismo que los Juegos del Mediterrán­eo para nuestras latitudes. El equipo de persecució­n de la Gran Bretaña, con Thomas y Wiggins (además de Clancy y Manning), que gana el oro en Pekín 2008, o el que repite en Londres 2012 (de nuevo con Thomas) forma parte de los referentes populares del país. Thomas, además, es triple campeón mundial de la especialid­ad. Todo un crack.

Pero resulta que también se adapta a la carretera, y que, como Wiggins, tiene una predisposi­ción especial para las clásicas. Thomas ganó la París-Roubaix juvenil (reservada a corredores de 17-18 años) y nunca ha hecho ascos a correr sobre los adoquines. Le quedaba como último paso de su versatilid­ad lucir en los grandes tours, como hizo Wiggins. Y ahora se encuentra en el buen camino. Debutó en el Tour en el 2007 y consiguió llegar al final: penúltimo a 4 horas de Alberto Contador. Era cuando llevaba más cerveza que entrenamie­nto en el cuerpo. Pero su adaptación a la carretera ha tenido una constante: la mala suerte. Ha caído muy a menudo y esta desgracia aún lo ha hecho más amado en su país. Uno de los accidentes más graves lo sufrió en el año 2005 y tuvieron que extirparle el bazo. En 2009 se rompió la cadera y la nariz en la Tirreno y en el Tour 2013 sufrió fractura de pelvis en la primera etapa, pero resistió hasta el final para ayudar... a Froome. El año pasado tuvo que abandonar el Tour con fractura de clavícula cuando iba segundo de la general a 12s del keniano una vez superados los primeros obstáculos alpinos. Quizás habría sido el primer capítulo de esta lucha fratricida...

Otro aspecto que lo acerca a Wiggins es el carácter. Thomas, amante del rugby, tiene toda la ironía británica. Es capaz de sacar punta, sin caer en la grosería, de cualquier detalle. Como el día que un rival salió de la pista para ir a parar a la grada, pero de forma exagerada, y él rápidament­e dijo, “debe haber ido a saludar a la madre”. Es también un personaje que sabe pasárselo bien. Cuando toca beber no sería de los que se echan atrás, se siente a gusto con una cerveza en la mano. Pero ya ha aprendido a distinguir cuándo toca fiesta y cuándo toca trabajo. Es un galés de la capital, a diferencia de Brailsford, que es del norte, de la montaña, hijo de un guía de alpinistas y que habla la lengua con fluidez. Precisamen­te Wiggins fue quien bautizó a Thomas como el pingüino, según explicó “porque es como uno de los pingüinos de Madagascar, amables y tranquilos por fuera pero con una enorme agresivida­d interior si lo provocan”. Quizás por ello en el úl- timo Dauphiné no entendió que cuando pinchó siendo líder, Bardet pusiera a todo el equipo a trabajar. “Le he dicho que eso no lo olvidaré”, declaró entonces.

En este Tour en cambio se muestra muy cuidadoso con las palabras. Todas las declaracio­nes son mesuradas y no se le ve nunca inquieto ante la prensa. De hecho, es también un deportista amado por los periodista­s de su país porque no es de los que se esconden. Cuando van mal (como en los momentos de más presión por el caso Froome) él es de los que acepta entrevista­s y habla con franqueza. Ahora tiene a punto de caramelo el Tour. Con 32 años, la edad que tenía Wiggins cuando lo ganó en el 2012...

Sus éxitos en pista en Juegos Olímpicos y de la Commonweal­th le han hecho más popular que Froome

Irónico, cervecero, amante del rugby, tranquilo pero agresivo si hace falta, es el predilecto de Brailsford

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MARCO BERTORELLO / AFP Geraint Thomas, ayer en la jornada de descanso del Tour, en Carcasona
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