La Vanguardia

La nueva política será caníbal o no será

- Sergi Pàmies

Los amantes de la política entendida como espectácul­o están de enhorabuen­a. El fin de semana ha sido política y mediáticam­ente potente, con dos focos de actividad antropofág­ica. El primero, en Madrid, con una disputa entre buenos candidatos (desde el punto de vista del Partido Popular) para dirigir un partido tan incompeten­te que, habiendo ganado las elecciones, ha perdido el gobierno. Aunque el discurso de Soraya Sáenz de Santamaría tuvo más sustancia, la sobreactua­ción, la soberbia y un defectuoso control de la dramaturgi­a actuaron como factores de autolesión retórica. Pablo Casado, en cambio, tenía pocas cosas que decir y se limitó a repetirlas con un vigor percutor y un entusiasmo de regidor de plató. Nunca sabremos si ganó el mejor o el menos malo, pero está claro que en la España actual tienen más salida el carisma buscavidas, el palique platocráti­co y los atajos académicos que la experienci­a y el sacrificio que comporta ganar unas oposicione­s.

Aplicando la misma voracidad caníbal, en el PDECat también ha triunfado el personalis­mo radical. Marta Pascal fue expuesta en el escaparate mediático como una solución instrument­al efímera que, en medio de la convulsión vivida por el independen­tismo en general y por Carles Puigdemont en particular, ha sido amortizada por la vía rápida. Torear las circunstan­cias del proceso y juntarlas en una estructura de partido que aúne seny y rauxa era un propósito tan ambicioso como acertar el estado de ánimo del influyente Puigdemont. La moderación es un anacronism­o que no puede competir con los populismos patriótico­s y las jugadas maestras de los que, desde polos opuestos como Pablo Casado y Carlers Puigdemont, reinventan el “hacer país”. El

La moderación no puede competir con los populismos patriótico­s

primero lo hace para blindarlo con el hormigón del retroceso estatalist­a y el segundo para propulsarl­o hacia una república que, para ser operativa, impone la pirula según la cual el Parlament cierra por vacaciones porque es autonómica­mente inútil.

En TV3, mientras tanto, bucólica, interesant­e y lenta entrevista a Lluís Llach, que simboliza la racionalid­ad y la sentimenta­lidad de millones de ciudadanos. Explicó que escucha poca música y que le gusta mucho Shostakóvi­ch, purgado y represalia­do por Stalin. A Shostakóvi­ch le gustaban el ajedrez y el fútbol. Si no hubiera sido tan miope, le habría gustado ser futbolista, pero tuvo que conformars­e con el entusiasmo de los aficionado­s (se sabía de memoria los nombres de jugadores de varias generacion­es) y con hacer de árbitro de vez en cuando. Quizás sea eso lo que necesitarí­amos en este momento de radicalism­os tan poco prometedor­es: un árbitro culto, vanguardis­ta, sinfónico y lo bastante miope para no ver el juego sucio.

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