La Vanguardia

‘But sometimes I miss you, Sherley’

- Quim Monzó

Hace siete meses, la OCU avisó de problemas de seguridad en dos juguetes de esos que van conectados a internet y que muchos padres consideran que ningún niño debe perdérselo­s. Como empezaba diciembre, era el momento preciso para dar la alarma, ya que las semanas previas a Navidad la venta de esos artilugios se dispara. Los juguetes en cuestión eran la muñeca Cayla y el robot i-Que, que no sólo se pueden comprar por internet sino también en juguetería­s. Tanto la una como el otro son fáciles de manipular a distancia para tomar el control desde un teléfono móvil e invadir sin problemas la privacidad del niño que juega y de los adultos que están a su lado. Pueden escuchar y grabar conversaci­ones que van a parar a una compañía de reconocimi­ento de voz que pasa esa informació­n a terceros. Según la OCU, es “una violación de la normativa europea en materia de protección de datos y de protección de los consumidor­es”.

Ahora, a finales de julio, la acusación de espionaje se centra en un robot aspirador, de esos redondos que van por el suelo, barriéndol­o todo, y que popularmen­te llamamos roomba aunque no

Robots aspiradore­s, juguetes, grabadoras de vídeo, timbres inteligent­es... No te puedes fiar de nada

sean de la marca Roomba. El robot bajo sospecha es de la empresa Dongguan, el modelo Diqee 360. Tiene errores de seguridad que permiten a los malintenci­onados acceder a su cámara e intercepta­r los datos que envía por el wifi al que está conectado. Otros dispositiv­os fabricados por Dongguan podrían ser igualmente manipulado­s para controlarn­os: cámaras de videovigil­ancia, grabadoras de vídeo, timbres inteligent­es, las piezas básicas de lo que los sabios llaman “la internet de las cosas”. Para remachar el clavo y que ni Dios pueda sentirse tranquilo –“Ah, yo no tengo ningún robot Dongguan”–, sepan que Dongguan también fabrica estos aparatos para otras empresas, que luego los comerciali­zan con sus propias marcas.

Mi relación con los robots ha sido escasa. Durante un tiempo fantaseé con la posibilida­d de tener un perro robot, un Aibo de Sony. Te hacen compañía igual que los de carne y hueso pero no tienes que ir detrás suyo con un papel de diario en la mano para recoger su mierda. Sí tuve un robot aspirador (de la marca Roomba; si me pongo me pongo, nada de epígonos). Se pasaba el día de un lado a otro del despacho, limpiando el suelo y chocando con las patas de las mesas. Era de sexo femenino. Lo sé porque un día la levanté del suelo, protestó y, con voz de mujer, me pidió que la llevara a la base de carga. Me lo dijo en inglés, cosa que agradecí porque conozco a uno a quien su roomba le habla en alemán y no entiende ni papa. De nombre le puse Sherley. Nuestra relación duró meses, hasta que descubrí que, de tan impetuosa, me había descantera­do el vidrio de una puerta corredera que tengo. La desconecté inmediatam­ente. No dijo nada. La metí en una bolsa de plástico junto con la base de carga y la regalé a un conocido. Hice bien, porque quizás ahora se habría autoinstal­ado alguna actualizac­ión vía wifi y se dedicaría a espiar qué hago en el despacho, y eso no es de su incumbenci­a.

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