En buena lógica
Es una lógica que no falla. Desde hace más de un lustro funciona con la precisión de un silogismo suizo. Los líderes orgánicos del procés, al medio vislumbrarse un escenario que posibilitaría una desaceleración del conflicto, la desactivan fiándolo todo a una estrategia de doble o nada: apuestan a una estabilidad precaria redoblando la tensión y así, colocando todas las fichas en el enquistamiento del conflicto institucional, nos iríamos acercando al momento crítico de la ruptura con el Estado. Una ruptura que, como vivimos en el Octubre que fue al tiempo épico y trágico, hoy en día ya sabemos que es más anhelada que practicable. Quienes problematizan dicha lógica, aunque no sea para impugnarla sino para canalizar el movimiento constructivamente, acaban despeñados. El último ejemplo de cómo funciona el silogismo de esta trituradora de personas y partidos lo hemos visto durante los días previos a la asamblea nacional del Partit Demòcrata y luego en pleno cónclave a lo largo de este fin de semana. En este caso se trataba de desactivar, sí o sí, a la coordinadora Marta Pascal.
En sus dos años de gestión, al margen de acabar con las malas prácticas en su partido, la decisión política más arriesgada abanderada por Pascal fue apoyar la higiénica moción de censura presentada por Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy. Era un gesto que podía crear las condiciones para reemprender el diálogo entre el Gobierno y la Generalitat, un gesto que fue recientemente correspondido con una afirmación propositiva del presidente Sánchez: los catalanes, más pronto o más tarde, votarán un nuevo acuerdo. Contra ese cambio de clima, naturalmente, se posicionó desde el primer momento Carles Puigdemont, cuyo caudillaje diseñado por sus fieles y plenamente asumido por él mismo exige el eterno naufragio de toda negociación. Por eso, por tanto, Pascal debía caer. La campaña de acoso y derribo contra ella –a base de columnas sicarias y tuits insultantes, chantajes ocultos y traiciones anunciadas– ha sido como una prórroga del régimen del 78 catalán –ya no es, ya no sólo, el gen convergente– para no perder el poder. Pero gritemos unidos: esto va de democracia.