La Vanguardia

Nuevo estilo populista

- PUNTO DE VISTA Miquel Roca Junyent

Trump, realmente, es un fenómeno. En poco tiempo ha conseguido tener a tanta gente en contra que se hace difícil averiguar quiénes son los que están a favor. Y, de hecho, debe haber; pero, ahora, su presidente ya las dice tan gordas que sus fans se esconden o callan. Que no quiere decir que estén en contra. ¡Qué desastre! ¡Se distancia de Europa, se pelea con China, se abraza con Putin un día y lo acusa al día siguiente, etcétera! ¡Realmente, sorprenden­te! ¡El líder del mundo occidental no lo quiere ser! O, en todo caso, no sabe qué quiere decir ejercer esta función.

Los líderes populistas tienen unos códigos de conducta muy diferentes de los que hasta ahora se respetaban en el mundo político. El populismo, por definición, es demagogo. Si Trump se ha equivocado es porque durante unos días no ha tenido en cuenta los sentimient­os más viscerales de sus votantes. Pero se recuperará pronto; seguirá yendo contra valores muy fundamenta­les, pero sabrá tocar las fibras sensibles de los electores más simples cargándose todo aquello que estos detestan. Es el momento del populismo antipartid­os, antiinstit­uciones, antitolera­ncia.

El populismo de Trump irrita al mundo, no a sus votantes. Ahora, por un momento, los ha desconcert­ado; pero recuperará su estima. Lo tiene fácil.

El mundo apuesta a favor de los liderazgos populistas. El mundo, América, Europa, Rusia, China. En todas partes se imponen líderes de discursos simples, primarios, egocéntric­os. Cada vez tenemos una sociedad más compleja y una política más simple. Blanco o negro, todo o nada, buenos y malos; la verdad está en posesión exclusiva del líder, que se consolida más y más renunciand­o a la comprensió­n de la diversidad para imponer la unidad de su dogma. Nunca habíamos conocido tanta voluntad totalitari­a, consentida y aceptada con tanta fidelidad sumisa.

Nos encanta hablar de Trump, pero renunciamo­s a ver los Trumps más cercanos. Y tenemos muchos. En Europa; muy cerca. Primero se crea al adversario; después se le convierte en enemigo; seguidamen­te, hay que perseguirl­o y consecuent­emente definir como traidores a los que no lo hacen. Finalmente, se impone la unidad con la excusa patriótica como trasfondo. Este es el proceso, y muy a menudo, populismos de signo contrario se enfrentan para ver quién gana la partida. Bien entendido que la victoria se concibe como la derrota total y sin misericord­ia del adversario.

Europa ahora ya vive esto. Muchos países lo están padeciendo. Y Trump tiene la sensación de que su estilo está haciendo mella. En EE.UU. genera desconcier­to, pero muchos de los que se oponen se instalan en las mismas prácticas que denuncian. El populismo es como un veneno que progresa lentamente pero que siempre acaba haciendo daño. Al líder populista no le preocupa; no le interesan el país ni la sociedad. Sólo le interesan el poder y su propio liderazgo. No mira al futuro; tiene bastante con mirarse él mismo ante el espejo. Para poderse satisfacer, jugará con los sentimient­os de la gente, se aprovechar­á de su candidez, satisfará sus más bajas pasiones. No quiere el bienestar de la gente, sólo busca satisfacer aquello que pueda presentar como venganza.

Lo más peligroso de Trump es que nos esconde la cantidad de Trumps que nos rodean. Un nuevo estilo se está imponiendo.

Primero se crea al adversario; después se le convierte en enemigo; hay que perseguirl­o y definir como traidores a los que no lo hacen; finalmente, se impone la unidad

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