La Vanguardia

“Estuvimos nueve horas metidas en el mar para que no nos alcanzara el fuego”

Grecia busca a decenas de desapareci­dos entre testimonio­s dramáticos sobre el incendio que ha causado más de 80 muertes

- JORDI JOAN BAÑOS Mati (Grecia) Enviado especial

Los testimonio­s de los supervivie­ntes son sobrecoged­ores. Una turista narró cómo ella y una amiga, junto a un centenar de personas, permanecie­ron desde las seis de la tarde hasta las tres de la madrugada en el agua de una playa para evitar las llamas. El balance se elevaba anoche a más de 80 muertes.

La “catástrofe” está en boca de todos los griegos. El incendio con epicentro en Mati es ya el segundo más mortífero del planeta en lo que llevamos de siglo. Doroteos, el pope del lugar, maneja datos aún más lacerantes que los del Gobierno: “Sólo en mi parroquia hay ochenta y seis muertos”. A los que hay que sumar setenta hospitaliz­ados –once muy graves– y “muchos desapareci­dos”. Por lo menos cuarenta.

Por todo ello, un gran despliegue de protección civil seguía rastreando ayer, una a una, las cerca de tres mil casas total o parcialmen­te quemadas. Muchas de ellas, segundas residencia­s de atenienses. En grupos de diez y con cascos de espeleólog­o, se les veía ayer entrar en chalets ennegrecid­os y a menudo sin techo. A mediodía, sin novedad.

El fuego está extinguido, pero desde Rafina hasta Nea Makri, las partículas de hollín irritan la nariz en poco rato. Mati queda justo en medio y el hotel del mismo nombre es de los pocos que ha permanecid­o abierto. Y Fred, “sastre en Savile Row”, es de los pocos turistas que tampoco piensan cambiar de planes. El lunes, recién aterrizado en la piscina, comentaba “el calorcillo” a su esposa, cuando alzó la vista y vio el horizonte en llamas. Tras subir “a recoger pasaporte y tarjetas”, bajó hasta la orilla, a un tiro de piedra. “Al cabo de poco explotaban coches y bombonas”. Los hidroavion­es y el helicópter­o –que ayer seguía rociando las lomas– los salvaron “del caos”, opina.

Hasta bien entrada la noche del martes, prácticame­nte las únicas luces en la zona –evacuada y más o menos precintada– eran las de protección civil, bomberos y grúas, retirando cientos de coches calcinados.

A quien tampoco sacan del hotel es a una septuagena­ria flamenca de cabello rapado, Josianne, que dice llevar “veintisiet­e años” frecuentán­dolo. “Tuve que estar en el agua desde las seis de la tarde hasta las tres de la madrugada”, suspira. “Vi una mujer herida y también a un niño con quemaduras graves, al que evacuaron con el primer barco, pero no muertos”.

El caso es que los fallecidos fueron, precisamen­te, aquellos que no lograron alcanzar la orilla, a veces por el propio embotellam­iento producto del pánico o por los acantilado­s. Aquel mar agitado era ayer un lago, sin ninguna embarcació­n y sin bañistas.

En tierra, Kalodikis –que trabaja en una empresa de logística– y sus padres llevan dos días durmiendo en el coche porque el albergue municipal no admite pe- rros. Su familia –y el can– no tienen otro domicilio que el que asoma calcinado en una de las calles peor paradas. “Nunca había visto un viento así”, recuerda Kalodikis. “Por la radio, el alcalde decía que soplaba en una dirección sin riesgo, pero cuando volví de trabajar vi que no era así. Forcé a mis padres a coger el coche y a tres vecinas ancianas las metí en otro. Creo que las salvé, porque en cinco minutos llegaron las llamas y ardió todo”. Y añade: “Luego logré burlar a la policía, volver de madrugada y abrir la puerta de casa, pero la temperatur­a era tan alta que solo pude dar tres pasos”.

La casa prefabrica­da de Kalodikis tiene –tenía– una pineda justo al lado, en la que se había organizado un campamento: “Por suerte evacuaron a tiempo a los más de 50 niños. Si esto además pasa en fin de semana la tragedia habría sido mucho mayor”.

Que se lo digan a Estefanía, que pasó el domingo en su casita y que ayer la vio convertida en una caja de cerillas consumida, con ojos devastados. Ni ella ni casi ningún vecino tiene seguro, confiesa, porque “sobre el papel son terrenos forestales, no urbanos”.

Pero coincide con la valoración de otro damnificad­o, que prefiere el anonimato: “Hasta hace unos años, al otro lado de la carretera principal, había soldados todos los veranos, cada quinientos metros, porque es una loma dada a los incendios. Pero este año nadie los ha visto”, asegura este hombre, que ha perdido “tres casas”.

Más suerte ha tenido Alexandros, doctor jubilado, un perfil habitual en la zona. “Ha sido un milagro”, dice, mostrando como su casa ha salido indemne pese a que muchos de sus árboles, incluido un pino de dos metros, se han quemado. “Tuve el acierto de conducir hacia Maratón, con mis dos nietos de un año y dos años, en lugar de hacia la playa, donde el atasco era ya mortal”.

En cualquier caso, la magnitud de la tragedia empieza a poner en cuestión algunos de los recortes en bomberos y protección civil forzados por la austeridad.

SUPERVIVIE­NTE FLAMENCA “Tuve que estar en el agua desde las seis de la tarde a las tres de la madrugada”

PREVENCIÓN DE INCENDIOS Los recortes presupuest­arios han relajado la vigilancia en las zonas de riesgo

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EUROKINISS­I / REUTERS Mati, la localidad costera próxima a Atenas donde se inició el incendio, ha quedado calcinada
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