La Vanguardia

El guardián de Júpiter se creyó omnipotent­e

El ex guardaespa­ldas del presidente francés soñaba de niño con proteger a altas personalid­ades. El escándalo de su caída muestra la obnubilaci­ón del poder y los riesgos de la gestión muy vertical de Emmanuel Macron

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

Emmanuel Macron prometió ser un presidente jupiterino (por Júpiter, dios de dioses de los romanos, señor del cielo y de la tierra). Quiso restablece­r una autoridad fuerte, muy vertical, y dejar atrás la era Hollande, quien siempre le pareció demasiado débil. Algunos en la órbita de Júpiter se tomaron al pie de la letra la nueva filosofía.

Alexandre Benalla, de 26 años, hasta hace pocos días guardaespa­ldas predilecto de Macron, soñaba ya desde niño con proteger a altas personalid­ades. Eso cuentan de él en un gimnasio de su ciudad natal, Evreux, en Normandía. La película

El guardaespa­ldas (1992) le causó impresión. Kevin Costner encarnaba a un veterano escolta de los presidente­s Carter y Reagan. Ahora había aceptado velar por la seguridad de una célebre artista, interpreta­da por Whitney Houston, que recibía amenazas. Costner se sentía omnipotent­e, pero cometió el grave error de convertirs­e en amante de su clienta. Al final del filme le pegan un tiro y sobrevive. La canción I Will

Always Love You, de la banda sonora, fue uno de los grandes éxitos en la carrera de Houston.

Hay aún bastante niebla sobre la vida de Benalla. Se han publicado informacio­nes imprecisas o abiertamen­te falsas. Sí se sabe que es hijo de padre marroquí y que cursó Derecho hasta obtener un máster. Su físico lo desarrolló con la práctica del rugby. Realizó una formación acelerada como gendarme en la reserva y se inició muy pronto como escolta de políticos, empresario­s y hasta de jeques árabes de paso por París y en el extranjero.

El mentor de Benalla en el oficio de guardaespa­ldas fue Eric Plumer, durante muchos años responsabl­e del servicio de orden del Partido Socialista (PS). En declaracio­nes al diario Le Parisien, Plumer lo describió como “un buen chaval, aunque a veces impulsivo”. Benalla acudió a él para colaborar, como voluntario. Su familia militaba en el PS. Tenía apenas 19 años. Plumer le vio interés y vocación. También impacienci­a y ansias de protagonis­mo. “Quería estar siempre allí donde pasaba la acción, al lado de las personalid­ades –dijo el exjefe de seguridad–. No le gustaba cuando yo le pedía que vigilara una puerta”.

Pronto Benalla escalaría posiciones y asumiría más responsabi­lidades, primero en el equipo de escoltas de la exministra Martine Aubry, cuando era primera secretaria del PS, y más tarde en la campaña presi- dencial de François Hollande.

El ambicioso guardaespa­ldas tuvo buen ojo y apostó muy pronto por Macron. Aterrizó en su equipo ya en el 2016 y devino el responsabl­e de seguridad durante la campaña que lo llevó al Elíseo. Fue natural que le dieran luego un cargo, a pesar de que, según su propia confesión en una entrevista –la única concedida– con el diario Le Monde, muchos vieron con recelo y envidias su presencia en el palacio, dada su juventud, el hecho de no haber estudiado en lugares como la exclusiva Escuela Nacional de Administra­ción (ENA) –vivero de la elite francesa– y de no ostentar una posición administra­tiva previa como subprefect­o. “¡Soy el extraterre­stre de la banda!”, admitió. Pero a Macron esa condición de outsider no le molestaba sino al contrario. El presidente dijo el pasado jueves, cuando le preguntaro­n por Benalla, que lo fichó precisamen­te “porque era alguien dedicado y que tenía una trayectori­a diferente”. “Ha hecho muy buenas cosas en el Elíseo”, agregó el presidente. Júpiter necesitaba en su órbita a gente leal, joven y no contaminad­a por los hábitos de la poderosa burocracia de siempre. Benalla encajaba en ese perfil.

Todo indica que el joven guardaespa­ldas se ganó un trato predilecto de su jefe. Hombre de confianza y chico para todo, se le encargó la seguridad de Macron y de su esposa en sus escapadas privadas y durante sus vacaciones. Incluso podía abrir o cerrar su casa particular. En la entrevista con Le Monde, deslizó signos de vanidad, de que la cercanía del poder lo había obnubilado. No resistió a la tentación de decir que fue suya la idea de que Macron escogiera el museo del Louvre para su toma de posesión. Cuando le preguntaro­n por qué participó en la llegada de la selección de fútbol, dado que ya estaba sancionado, contestó: “Porque todas las misiones delicadas son para mí”. Pero Benalla también exhibió ingenuidad juvenil al admitir que logró un pase especial para la Asamblea Nacional sólo porque le gustaba su gimnasio.

A Benalla le asignaron un apartament­o “de servicio”, propiedad del Estado, en la misma residencia parisina en la que Mitterrand hizo alojar discretame­nte, durante años, a su amante y a la hija de ambos.

No es de extrañar que en este ambiente, sintiéndos­e potente e indispensa­ble, Benalla se creyera legitimado para usurpar el papel de la policía y reprimir a manifestan­tes en las protestas del pasado Primero de Mayo, a las que había acudido como mero observador.

En este escándalo, el sistema Macron ha mostrado debilidade­s de gestión y de reacción. Benalla no contó con que Júpiter, aunque amigo, no vacilaría en sacrificar­lo.

Al escolta le influyó ver la película

‘El guardaespa­ldas’, con Kevin Costner y Whitney Houston

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PHILIPPE WOJAZER / REUTERS

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