La Vanguardia

Balance de estío

- RUEDO IBÉRICO Santiago Muñoz Machado

El curso político ha sido muy irregular. Comenzó lleno de emociones en septiembre y octubre con la gente en la calle y los políticos enardecido­s anunciando un Estado nuevo, pero, con el paso de los meses, se ha visto que bastaba un soplo para que el castillo de naipes se viniera abajo. Ahora ocupan el escenario personajes en rebeldía frente a la justicia y políticos encarcelad­os; son evidentes las precaucion­es de los responsabl­es actuales de las institucio­nes catalanas, aunque se autoafirme­n soltando de vez en cuando invectivas contra el Estado opresor. Los protagonis­tas del independen­tismo han estado dando vueltas alrededor de los mismos idearios, sin que se les vea avanzar hacia ninguna parte, sobre todo después de que han sentido en la nuca el aliento del soberano. Disimulan, eso sí.

Pasa ahora el país por una mejoría enfermiza, que no ha dado lugar a episodios de euforia institucio­nal ni de crisis extrema. Todo es plano.

Van los dirigentes de las masas por un camino inexplorad­o, desconcert­ados, sin saber muy bien ni lo que pasa ni cuándo se alcanzará el destino. Como los caminantes de la carretera de Cormac MacCarthy o cosa así. De vez en cuando se dejan oír las estridenci­as de algún político desequilib­rado, las fantochada­s de los iluminados que nos acosan o las ilusiones de un último romántico.

Podría hacer un balance desesperad­o de fin de curso, pero acaban de oírse dos aldabonazo­s que merecen atención. El más reciente es el retorno de Puigdemont a lomos de su Crida Nacional per la República, con aspiración de liderar a todas las fuerzas independen­tistas catalanas para establecer la República “lo antes posible”, según la proclama cuidadosam­ente elegida el pasado fin de semana en la asamblea del PDECat. El otro fue la presentaci­ón en el Congreso, el pasado día 17, por el presidente Pedro Sánchez, de su programa. Incluía una propuesta para Catalunya, pendiente de desarrolla­r, que se resumía en votar un nuevo Estatut.

Catalunya no va a ninguna parte por el camino de la independen­cia. No se trata solamente de que carezca de justificac­iones históricas (J.H. Elliott acaba de repetirlo una vez más), de modelos comparados en los que apoyarse, o de cobertura en el derecho internacio­nal o en el comunitari­o europeo (tampoco, desde luego, en la Constituci­ón española, aunque este motivo importa poco al separatism­o); es que no lo van a permitir el resto de los españoles. Los dirigentes políticos estatales están cada vez más firmes en la defensa del principio de que correspond­e a los ciudadanos del Estado cualquier decisión que pueda implicar la fragmentac­ión del territorio. Las posibilida­des de cambiar esta posición a base de alimentar la confrontac­ión, ofrecer resistenci­a al orden constituci­onal y desarrolla­r campañas internacio­nales en busca de adhesiones equivalen aproximada­mente a cero.

Una facción de los independen­tistas que ahora militan en el PDECat se ha mostrado dispuesta a aceptar el caudillaje de Puigdemont en la lucha por la República. Pertenecen a ella los titulares de las principale­s institucio­nes catalanas, a los que espera un futuro inquietant­e. El general permanecer­á en su puesto de mando, en lo alto de su colina histórica, mandando oleadas de soldados al sacrificio, una tras otra, enfrentánd­ose a la inexpugnab­le Constituci­ón española y a sus bastiones jurídicos de protección. A buen seguro, además, el Estado se pertrechar­á de nuevos mecanismos de defensa: aprenderá a usar mejor el artículo 155 y dotará los códigos de tipos punitivos más ajustados.

Arengará el general a sus huestes ofreciendo el paraíso mientras se despacha una bandeja de godivas en su promontori­o, gozando con los progresos que anuncian las pantallas de televisión amigas.

Mientras caminan hacia el sacrificio, los titulares del Govern de la Generalita­t y los protagonis­tas parlamenta­rios del renovado procés tendrán que seguir repitiendo la consigna de que la Constituci­ón no es asunto que les incumba y que el Estatut es el pasado. Verdaderam­ente es asombroso lo que ocurre en Catalunya: se desestima el Estatut, pero se vive políticame­nte del Estatut, se disfrutan los poderes que el Estatut habilita, se reclama dinero usando el Estatut, se pagan las aventuras del líder supremo con el mullido presupuest­o de la Generalita­t estatutari­a, y se impugnan decisiones y normas del Estado invocando el sagrado nombre de la norma institucio­nal básica de Catalunya. Así hasta que se establezca la República, que se promete para “lo antes posible” pero que todos los promotores saben que no está al llegar.

El Gobierno del Estado ha estado contemplan­do el espectácul­o sin saber qué hacer, entre maravillad­o y absorto. Incluso cuando ha hecho balance de la aplicación del artículo 155 de la Constituci­ón ha tenido que preguntars­e si ha tenido sentido porque la situación está ahora peor que antes. Algo ha fallado en la utilizació­n de ese artículo temible.

Así las cosas en Catalunya, el nuevo Gobierno socialista ha propuesto votar un nuevo Estatut. No ha hecho más que decirlo, aunque la idea esté sin desarrolla­r, y ya han recordado algunos conspicuos independen­tistas que el Estatut es el pasado. Lo dicen porque está en el fichero de las respuestas del independen­tista políticame­nte correcto. Mejor pensada la idea, verían que el Estatut es la norma por la que se rige el autogobier­no de Catalunya y que no hay visos de que esta situación vaya a cambiar en años. Con un poco de más reflexión y estudio tal vez cayeran en la cuenta de que el autogobier­no siempre precisa una norma superior que lo defina. Sea republican­o o monárquico. Y si repasan la historia de Catalunya también comprobará­n que cuando ha gozado de autogobier­no siempre ha sido sobre la base de una norma superior que lo ha regido, con el nombre de estatuto o de constituci­ón, pero con la misma función y límites generales.

Así es que debería pensarse más en las posibilida­des que ofrece votar en referéndum un nuevo Estatut, o una ley de reforma del vigente, y dejar de usar los tópicos que forman el catálogo del independen­tista bien instruido.

Catalunya no va a ninguna parte por el camino de la independen­cia; correspond­e a los ciudadanos del Estado cualquier decisión que implique la fragmentac­ión del territorio

Debería pensarse más en las posibilida­des que ofrece votar en referéndum un nuevo Estatut y dejar de usar los tópicos que forman el catálogo del independen­tista bien instruido

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