Un nuevo santo
Si esta columna me sale torcida el culpable será Quim Torra, que hace unos días apareció con una fotografía de Churchill en el bolsillo superior de su chaqueta. La venganza del espíritu del viejo león será terrible. Supongo que esa infamia habrá disgustado también a Lluís Prenafeta y Macià Alavedra, dos admiradores de Churchill en sus tiempos más gordos, que fueron los convergentes. Hablo de cuando el primero tiraba de habano y al segundo, mucho más humano, le gustaba la samba brasileña.
La imagen de la infamia que nos ocupa me llegó al móvil caminando por la Diagonal. Fue segundos después de descubrir, horrorizado, varios deprimentes calzoncillos tendidos al sol en el balcón de un piso que fue burgués y ahora es turístico. En la Diagonal se detecta, mejor que en los barrios, la realidad actual de la ciudad, que es un revoltillo de fealdades subvencionadas y de orgullosas vulgaridades, amenazado continuamente por ciertos ciclistas y patinadores. La Diagonal sirve incluso para intuir cuándo algún político acaricia la idea de ser el nuevo alcalde de Barcelona. Si un político se sienta en un banco público de la Diagonal, fingiendo que habla por teléfono, es porque quiere volver a jugar en la Champions. Por ejemplo, Ferran Mascarell, hombre de muchas mudanzas políticas, que parece haberse liberado de las gafas de ver, quizá para rejuvenecer su imagen.
También otro político, jubilado pero siempre disponible y sigiloso como una sombra monacal, pasea la Diagonal. Creo que, como todos, tiene algún remordimiento. El suyo parece político. Por eso no lo nombro. Este hombre, de sonrisa poco fiable, es una soledad que calza zapatos cómodos. Su paso de la aparente serenidad cristiana a la algarada pequeñoburguesa sorprendió a algunos. Concretamente a quienes aún ignoran que el oficio de aparente patriota es tan sinuoso y oscuro como el de algunos cardenales de la curia vaticana.
También en la Diagonal, que fue avenida burguesa, se comprueba que Oriol Bohigas tenía razón. El arquitecto y urbanista ya nos advirtió que Barcelona necesitaba urinarios públicos, pero no le hicieron ni puñetero caso. En aquellos tiempos de arquitecturas caras y singulares hablar de urinarios públicos parecía una provocación, pero no lo era. La prueba es que todos los días algunos ciudadanos se sorprenden cuando observan cómo esos falsos mendigos organizados que nos llegaron del Este se alivian en los alcorques de los plátanos de sombra de la Diagonal. Los hombres lo tienen más fácil que las mujeres para ese concreto menester fisiológico, que se agrava cuando la próstata comienza a ponerse revoltosa. Para asuntos mayores, como el que volví a presenciar hace unos días, las mujeres se ven favorecidas por las largas faldas. Estas urgencias mayores también las he visto protagonizar a algunas turistas asilvestradas.
Bohigas tenía razón. Por eso merece la Medalla d’Or de Barcelona que le han concedido. E insisto: el espíritu de Churchill le va a meter un puro a más de uno.
En la Diagonal se detecta, mejor que en los barrios, la realidad actual de la ciudad