El ladrón que amaba el arte
Antes de robar iglesias, Erik el belga
fue monaguillo, anticuario y soldado en la legión extranjera
El 8 de agosto de 1993, este señor que aparece en la foto, con aspecto venerable y socarrón, fue noticia en
La Vanguardia,
que aquel día daba cuenta de que la policía había detenido en Málaga a René Alphonse Van den Berguer, debido a que las autoridades belgas reclamaban su extradición. Es más conocido como Erik el belga y es el expoliador de arte más famoso del siglo XX. Erik era un personaje singular, porque era un ladrón que amaba profundamente el arte y que acabó ganándose la vida como experto en románico. En agosto de 1995 volvía a aparecer en las páginas de
La Vanguardia, en una entrevista en la que explicaba que todavía entonces le proponían que volviera al oficio que había abandonado.
De niño, Erik el belga era monaguillo en la iglesia de Brain le Comte, en Bélgica, donde se extasiaba contemplando la imagen de San Cristóbal. Esa fue su iniciación al arte sacro. Luego estuvo en la legión extranjera y más tarde se hizo anticuario, oficio que abandonó cuando un coleccionista le propuso el primer robo. Ahí comenzó la carrera que le transformó en una leyenda del hampa y que le convirtió en una migraña permanente para la policía española a principios de los años ochenta del pasado siglo.
Siempre trabajaba por encargo, me contó en la entrevista mantenida en la Val d’Aran en 1995, cuando ya estaba libre de todas las causas penales. En España se le llegaron a atribuir 400 robos en iglesias y museos, principalmente de arte románico. Lo cierto es que muchos no fueron latrocinios: los curas de pueblos que tenían joyas en sus iglesias las vendían a chamarileros para mantener sus parroquias y él, a su vez, se las adquiría a los trashumantes.
En la conversación detalló su currículum: unos 60 robos en nuestro país. En Francia más, unos 350. Y en Alemania medio centenar. “En Luxemburgo batí el récord: nueve robos en dos noches con dos equipos. Llenamos once naves con las obras. Nos detuvieron y dijimos que los locales eran de un judío americano que no conocíamos, pero que podíamos dar una descripción. Y dibujamos al presidente de Francia, Pompidou. Quedamos en libertad”.
Su carrera acabó en 1982, cuando le detuvieron en Castelldefels. Él cuenta que se cansó de huir. Tenía un pasaporte falso y un billete para México que tiró al mar. Luego llegaron la cárcel y los procesos judiciales. Al quedar en libertad, colaboró para recuperar piezas que había robado en su audaz carrera.
Erik el belga sentía pasión por el románico y se convirtió en experto en catalogar piezas de este periodo. Dice que le cautiva porque era la forma en que el pueblo sencillo, inculto, se comunicaba con Dios. “Puede decirse que me hice ladrón por amor al arte”.