La Vanguardia

El Reino Unido no se irá muy lejos

- Miquel Puig

Hace veinticinc­o meses los británicos votaron, por un estrecho margen (51,9 contra 48,1%) abandonar la Unión Europea. Posteriorm­ente, se acordó que la separación tendría lugar el 29 de marzo del 2019, si bien el acuerdo debía cerrarse unos meses antes para dar tiempo a su ratificaci­ón por parte de los parlamento­s respectivo­s y del Consejo de Europa; a lo más, se disponía de unos treinta meses para negociar los términos de la ruptura.

Durante los primeros veinticuat­ro meses, las negociacio­nes se habían caracteriz­ado por una total asimetría entre la posición europea y la británica. La europea venía a decir que el Reino Unido debía elegir entre seis opciones: la noruega, la suiza, la ucraniana, la turca, la canadiense o la de tercer país. Cuanto más arriba en la lista, menos fricciones en los movimiento­s a través de las fronteras, pero más pérdida de soberanía. La británica venía a decir que había que definir un modelo distinto de los anteriores que salvaguard­ara la total soberanía británica asegurando al mismo tiempo la inexistenc­ia de fricciones en la frontera, particular­mente en la que divide la isla de Irlanda. El objetivo británico parecía muy difícil de alcanzar, pero los observador­es alejados de la negociació­n suponíamos que los británicos aportarían alguna solución creativa que haría posible conseguir mucho de las dos cosas.

Tal solución no sólo parece imposible, sino que lo es.

Efectivame­nte, el gobierno británico acaba de hacer público, cuando sólo faltan ocho meses para que suene la campana, un libro blanco con su propuesta. Por un lado, el documento insiste – en el preámbulo – en que el Reino Unido pretende recuperar

Se hace difícil pensar que Theresa May llevará al Parlamento británico un acuerdo con la UE

la plena autonomía; por otra – en el contenido -, y para que no aparezcan obstáculos al comercio de productos, propone una serie de medidas que implican el sometimien­to a las reglas comunitari­as y al tribunal de justicia europeo. Es del todo lógico que estas concesione­s hayan despertado la ira de los brexiters de verdad; lo que no está nada claro es qué proponen estos.

A estas alturas de la partida, se hace muy difícil pensar que Theresa May será capaz de llevar al parlamento británico un acuerdo con la UE, y en el improbable caso de que fuera capaz de hacerlo, se hace muy difícil pensar que sería ratificado por una mayoría de los diputados. Cualquiera de las dos opciones creará una situación jurídicame­nte endemoniad­a, que cabe esperar que desembocar­á a la corta en una prórroga y a la larga en un segundo referéndum.

Todo ello me lleva a pensar que los británicos no se irán de la Unión Europea; o porque acabarán renunciand­o a marcharse o porque adoptarán la solución suiza: autonomía de iure, sometimien­to de facto.

A alguien le puede parecer que todo habrá sido una payasada. Yo pienso que este tortuoso camino es lo que necesita la opinión pública británica para dejar de dudar de una vez por todas. Si esto es así, el referéndum de Cameron habrá valido la pena.

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