La Vanguardia

“Cada día debemos elegir entre hacer el bien o el mal”

Tengo 43 años. Nací en Asmara, Eritrea, de donde huí para refugiarm eenRo ma. Soy sacerdote diocesano, licenciado en Teología. Mi idea política es amar al prójim o co m oati mismo y al planeta en el que vivimos. Como dice san Juan, si tú no amas lo que ve

- LLIBERT TEIXIDÓ IMA SANCHÍS

Se crió en un país en guerra. Mi madre murió de parto cuando yo tenía 6 años y mi padre logró escapar a Italia. A los 15 años yo también pude emigrar, pero no encontré a mi padre, que se había vuelto a casar y había cambiado de país. ¿Qué hizo? Me ayudaron unos monjes que conocían Eritrea, luego los jesuitas y un párroco inglés con el que trabajé ayudando a los inmigrante­s con el papeleo mientras me ganaba la vida como frutero y estudiaba la carrera.

¿Por eso se convirtió en sacerdote?

De niño, cuando iba a la iglesia, siempre rezaba: “Por favor Dios, haz que sea útil para los demás y para mí mismo”. Poder convertirm­e en el sacerdote de los inmigrante­s fue un regalo.

Eritrea es uno de los países que m áse migrantes produce.

Sí, porque después de años de guerra fronteriza con Etiopía se limitaron todas las libertades fundamenta­les. El régimen instauró un servicio militar obligatori­o indefinido, que para los hombres puede llegar hasta los 50 años y para las mujeres los 45: una esclavitud legalizada.

¿Sufren las mujeres en el ejército?

El Consejo de Derechos Humanos de la ONU afirma que muchas son utilizadas como esclavas sexuales, las llaman “edulcorant­es”.

Entiendo que huyan a cualquier precio.

Viajé a los centros de internamie­nto libios como traductor de un periodista italiano que estaba escribiend­o un libro sobre esos migrantes. Cuando conocí sus historias y las atrocidade­s a las que eran sometidos decidí que debía denunciarl­o públicamen­te a voz en grito.

Fundó la asociación Habeshia de cooperació­n al desarrollo.

Desde ella denunciamo­s la violencia que sufren en esos centros, los casos de tortura, la violación de mujeres y niños. Entre los años 2009 y 2012 re cogimos testimonio­s, fotografía­s y filmacione­s para realizar un informe sobre los secuestros en el desierto del Sinaí.

¿El espantoso tráfico de órganos?

Sí, durante la ruta migratoria de eritreos, sudaneses, etíopes rumbo a Israel. Luego se fueron sumando otras rutas. Los traficante­s secuestran a jóvenes y niños y le piden un rescate a la familia, si no funciona les extraen los órganos.

Impactante.

Lo peor que he oído en mi vida son los gritos de dolor de unas niñas secuestrad­as. Mientras hablan con su familia pidiendo auxilio les derraman por la espalda plástico fundido hirviendo para que sean más convincent­es. Y las imágenes de cuerpos encontrado­s en el desierto a los que les faltaban el hígado, el corazón, los riñones... Es lo que me hizo saltar de la silla e ir allí.

¿Cuándo se convirtió en Don Barcone?

Dejé mi número de teléfono apuntado en la pared de los campos libios por si me necesitaba­n, y corrió de boca en boca. Comencé a recibir llamadas desesperad­as desde embarcacio­nes a la deriva en el Mediterrán­eo.

Y daba sus coordenada­s a la guardia costera de Italia y Malta.

Durante muchos años atendí individual­mente estas llamadas, apenas dormía. Luego canalicé la ayuda a través de la fundación Habeshia. Desde el 2011 hemos salvado cerca de 150.000 personas.

Se enfrenta a penas de hasta seis años de cárcel.

Estoy siendo investigad­o por favorecer la inmigració­n clandestin­a, pero eso no me quita el sueño. Me preocupa la criminaliz­ación, el continuo ataque político y mediático, para acabar con quienes pretenden salvarle la vida a otros seres humanos.

Sí, increíble.

Hay que ir a la raíz del problema, que no está en el mar ni se soluciona dejando que se ahoguen. Mientras lo que les obliga a huir no se resuelva seguirán viniendo. Detenerlos en Libia es mandarlos al infierno.

¿Nos estamos volviendo insensible­s?

Los discursos xenófobos y racistas se oyen alto y claro, pero en realidad son una minoría. El bien está, pero a menudo no se ve, lo damos por descontado.

Hay que darle más voz a lo bueno.

El riesgo es que nos acostumbre­mos a los muertos en el mar. Desde enero se han ahogado en el Mediterrán­eo más de 800 personas, es algo cotidiano, se ha vuelto norma. Deberíamos hacernos una pregunta muy simple.

¿Cuál?

¿Y si fuese mi hijo el que ha muerto ahogado, o aquella mujer que ha muerto destripada en el desierto fuera mi esposa? Hasta que no toca nuestra carne nos parece algo ajeno. No lo es.

¿Qué ha comprendid­o del ser humano?

En todos nosotros conviven el bien y el mal, y cada uno debe elegir cotidianam­ente si hace el bien o el mal, es una lucha continua y una elección personal.

Sin esa conscienci­a nos embrutecem­os.

Todos estamos inmersos en una guerra entre la solidarida­d y el egoísmo. La ganancia a cualquier precio es algo que no se mira con malos ojos.Quien es rico vale algo, quién es pobre no vale nada. Cuenta tener y no ser. Cuando lo que cuenta es ser, hay derechos que son innegociab­les.

Hoy todo es negociable.

Cierto, el derecho de los débiles se ha convertido en un derecho débil, y debería de ser al contrario. Tutelando la dignidad del otro estoy tutelando la mía propia.

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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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