Abrirse paso en la historia
En el discurso de despedida de Mariano Rajoy, que tuvo lugar en Madrid el pasado viernes 20 de julio, el expresidente del Gobierno se preguntó el motivo por el que algunos hombres se comprometen en política incluso arriesgando su vida, como ocurrió en los años más duros de terrorismo de ETA en el País Vasco. Su respuesta fue que los hombres se dedican a la política por compromiso con su comunidad y por la lucha por las libertades. Todas sus palabras tenían el aroma de un servidor público que no sólo se despide de la política sino también de su tiempo. A medida que hablaba, su voz e ideas iban quedando atrapadas en ámbar, iban fosilizándose. Rajoy reivindicó con su actitud que el final de un político debe adornarse con silencio y desapareciendo; una visión política que choca con la de tantos y tantos políticos que, al ver acercarse el final de su trayectoria, se preocupan por el modo en que serán juzgados por la historia y si sobrevivirán al olvido.
El periodista y escritor Rafel Nadal, en su magnífico libro Los mandarines, concretamente en su retrato político de Jordi Pujol titulado La posteridad, nos ofrece la imagen nítida de la principal aspiración de un político, que no es otra que estar presente en la historia, de ser historia. Es una aspiración de alcanzar la posteridad que está plagada de dudas, que mortifica y obsesiona al político hasta el extremo de ver su vida sólo a través de los logros que los otros no alcanzan a ver. La aflicción de verse olvidado, criticado y después ignorado puede más que la gloria vivida.
A lo largo de la historia, todos los aspirantes a convertirse en grandes hombres y mujeres, aquellos que creen serlo, ya sean artistas, deportistas o políticos, han dedicado sus esfuerzos a preservar su legado con memorias, edificaciones, victorias o monumentos para dejar constancia de su paso por la historia. Fidel Castro incluso se adelantó a su juicio con su obra La historia me absolverá y François Mitterrand se apresuró a solicitar a los arquitectos que dieran testimonio de su paso por la vida, como lo hubiera hecho un faraón egipcio, construyendo la Pirámide del Louvre, de Leoh Ming Pei.
Abrirse paso en la historia para muchos políticos implica luchar día a día para no caer en las profundas aguas de Leteo, río del olvido, donde habita la desmemoria y la vanidad se disuelve sin dejar rastro.