Leer al enemigo (y IV)
Karl Popper afirma que tomó la decisión definitiva de escribir La sociedad abierta y sus enemigos en marzo de 1938, cuando le llegó la noticia de la invasión de Austria por los alemanes. La redacción del libro, que se publicó en 1945, se alargó hasta 1943 cuando el resultado de la Segunda Guerra Mundial era aún incierto. La obra, como explica el propio Popper en el prefacio de la segunda edición, no hace ninguna referencia explícita ni a la guerra ni a ningún acontecimiento contemporáneo. Pero tiene un inequívoco carácter bélico. El filósofo vienés, que entonces residía en Nueva Zelanda, no cogió el fusil. Pero decidió que haría por escrito la guerra contra el totalitarismo y eligió a los enemigos a batir. Platón, Hegel y Marx fueron curiosamente los objetivos escogidos. La inclusión de Marx a la lista fue más adelante decisiva para la fortuna de la obra durante la guerra fría cuando la categoría de totalitarismo se convirtió en una camiseta de gran elasticidad que podía uniformar de una manera ideológicamente funcional barbaridades de raíces diferentes. Pero, entonces, el gran enemigo de Popper era Platón, a quien algunos nazis tenían un gran aprecio que los llevaba a releerlo de manera bastante imaginativa. La idea central de La sociedad y sus enemigos es que el programa político que Platón presenta en La República era puramente totalitario. Y esto, que es lo mismo que decían desde el otro lado del campo de batalla algunos pensadores nacionalsocialistas, es lo que Popper se dedica a denostar, de una manera que resulta muy convincente si no se han leído los diálogos de Platón.
Hay muchas maneras de hacer la guerra por escrito. Esta diversidad tiene que ver con la posición que se adopta. Se puede mirar desde el punto de vista de los servicios de inteligencia que buscan entender como piensa y actúa realmente el enemigo para tramar estrategias que permitan combatirlo con eficacia. Otra posibilidad es situarse en los horizontes del quintacolumnista o del agente doble, que colaboran clandestinamente con el enemigo a pesar de que lo disimulen o finjan hacer lo contrario. Y también se puede optar, obviamente, por la perspectiva de la propaganda bélica, que ofrece una visión distorsionada o falsa de las cosas para buscar determinados efectos. Se podría decir que esta fue la opción de Popper con Platón. Pero su actitud también se puede comparar y ha sido comparada con la de un inquisidor que descontextualitza y manipula los textos del sospechoso de herejía para eliminar todo duda sobre la justicia de su condena a muerte a la hoguera. No parece que la idea de presentar La República de Platón como un tipo de molde del totalitarismo contemporáneo ayudara a los aliados a ganar la guerra. Y La sociedad abierta y sus enemigos, que es un libro de nobles intenciones, tampoco contribuyó mucho ni a hacer un diagnóstico preciso de los orígenes intelectuales del nazismo ni a la comprensión de los diálogos de Platón, que, en parte porque respiran el espíritu de la comedia, continúan resistiendo mucho mejor el paso del tiempo que esta apolillada obra de Popper.
Presentar ‘La República’ de Platón como un tipo de molde del totalitarismo contemporáneo no ayudó a los aliados a ganar la guerra