Luz cegadora
Sergi Pàmies escribe: “Como personajes públicos, los delincuentes de La Manada han adoptado las gafas de sol con el celo de un cantante de reguetón, una folklórica o la viuda de un presidente asesinado. Y entre las muchas reacciones primarias, hay quien ha relacionado el hecho de llevar gafas de sol con la condición –más metafórica que literal– de macarra”.
La feliz detención de Ángel Boza, miembro de La Manada, invita a preguntarse si es víctima de la prepotencia, la estupidez o ambas cosas. Condenado a nueve años por abusos sexuales, en libertad provisional y con el permiso de conducir recién recuperado, robó unas gafas de sol en El Corte Inglés. Y cuando los vigilantes fueron a detenerlo, los embistió con el coche. La idea de libertad provisional de Boza invita a conjeturar que se atribuye una impunidad que va más allá de los tribunales o que practica un menosprecio por las convenciones propio de un delincuente. También sorprende la naturaleza del botín: unas gafas de sol.
Como personajes públicos, los delincuentes de La Manada han adoptado las gafas de sol con el celo de un cantante de reguetón, una folklórica o la viuda de un presidente asesinado. Y entre las muchas reacciones primarias, hay quien ha relacionado el hecho de llevar gafas de sol con la condición –más metafórica que literal– de macarra. Este macarrismo no tiene que ver con el proxenetismo sino con un modo desafiante de ir por la vida, con un escudo que proporciona cierto
Lo que debería ser un simple instrumento de protección se ha convertido en un signo externo
anonimato y que, en caso de ser reconocido, avisa a los interlocutores del deseo de no ser importunado. Sin embargo, lo que debería ser un simple instrumento de protección se ha convertido en un signo externo que nos informa sobre el estatus y, a veces, la personalidad de quién las lleva.
Las gafas de sol más respetables son las de los pianistas de jazz ciegos, pero algunos gremios las han adoptado con contagioso furor iconográfico. Pienso en los aviadores, que tienen una excusa racional para llevarlas, y en los dictadores (Gadafi, Pinochet, Jaruzelski, el Franco más decrépito). Podría alegarse una relación entre el uso de gafas de sol y el clima de países en los que rige el totalitarismo pero es más lógico deducir que no mostrar la mirada confiere más capacidad de intimidación (no puedo resistirme a citar a Alan Ladd –“Hollywood es una ciudad en la que un actor debe trabajar día y noche durante años con el objetivo de obtener la notoriedad necesaria para que lo reconozcan por la calle para, a continuación, tener que llevar gafas de sol día y noche para pasar desapercibido”– y a Jack Nicholson –“Con mis gafas de sol, soy Jack Nicholson. Sin las gafas, soy un sesentón gordo”–). En el caso de Boza, sin embargo, las gafas de sol no han podido evitar que todo el mundo se dé cuenta de qué clase de energúmeno es. Por cierto: he leído que fue interceptado por agentes del grupo Giralda, conocidos en Sevilla como “la policía turística”. Si les queda tiempo y desean asumir nuevos retos, les puedo recomendar algunos barrios de Barcelona en los que abundan incívicos e imbéciles que, amparados por la impunidad típicamente barcelonesa, están pidiendo a gritos que alguien les intercepte.