La Vanguardia

Brasil, en el precipicio

Tras décadas de mejora económica, el aumento de la pobreza se palpa en la calle y la violencia vuelve a las favelas

- ANDY ROBINSON

Ados meses de las elecciones presidenci­ales, Brasil se suma al abultado grupo de países en los que la polarizaci­ón económica, social y política y un profundo desencanto han dinamitado el statu quo. Pero aquí, en una de las sociedades más desiguales del mundo, cuya economía entró en caída libre hace cuatro años tras décadas de mejoras, la inestabili­dad amenaza con convertirs­e en el caos o algo peor.

“El mundo está muy complicado con Trump, el Brexit..., pero Brasil lo es mucho más”, dice Marcelo Neri, investigad­or de la fundación Getulio Vargas en Río, que acaba de publicar su último análisis comparativ­o de tendencias sociales y políticas en Brasil. “Es un caso extremo en un momento general de actitudes extremas”.

Analizando datos del sondeo Gallup Mundial, Neri ha descubiert­o que el nivel de desconfian­za en Brasil respecto a la clase política y las principale­s institucio­nes es el segundo más bajo del mundo después de Afganistán. “Hay una falta total de esperanza”, dice.

Esto se manifiesta de diferentes formas en esta campaña electoral. Una de ellas, la treintena de manifestan­tes que ondeaban banderas en un cruce de carreteras la semana pasada delante del parque Ibirapuera São Paulo: “¡El pueblo exige limpieza general en los tres poderes!”, rezaba una de las pancartas. “¡Intervenci­ón militar ya!”, remataba otra. Los nostálgico­s delos años de la dictadura (1964-84) cuentan con el apoyo del 40% de la población. “Prefiero a los militares, pero voy a votar a Bolsonaro”, explicó uno de ellos, en referencia a Jair Bolsonaro, el exmilitar y candidato de la ultraderec­ha que está poniendo los pelos de punta al establishm­ent liberal.

Lejos de aflojar en los sondeos como se preveía, Bolsonaro se mantiene en el primer puesto de intención de voto si se excluye al encarcelad­o Luiz Inácio Lula da Silva. “Se desprecia a la clase política de siempre, y Bolsonaro está llenando el vacío”, explica Neri.

Más que un vacío, Brasil ha caído por un precipicio. Las calles de Río y São Paulo albergan a miles de indigentes y manteros (shopping chao, centros comerciale­s en el suelo, como se les conoce aquí) que venden hasta cepillos de dientes de segunda mano. Los compradore­s son pobres que se han empobrecid­o aún más y clases medias bajas que vuelven a ser pobres.

El 30% de los brasileños no tiene acceso a internet, pero incluso las clases medias adictas a Facebook están en caída libre: “Dos amigos míos están recurriend­o al micromecen­azgo para llegar a fin del mes”, dice una residente de la acomodada zona sur mientra compra en el shopping chao.

Asimismo, la violencia ha vuelto a las favelas, pacificada­s para el Mundial de fútbol y los Juegos Olímpicos, conforme el narcotráfi­co recupera su viejo papel de economía alternativ­a de superviven­cia. Tres de los cuatro últimos gobernador­es del quebrado estado de Río de Janeiro están en la cárcel por corrupción, y la emigración a Portugal se ha intensific­ado tanto que el Gobierno portugués ha expresado su preocupaci­ón. Hace cinco o seis años la emigración iba de este a oeste.

“Es chocante porque hasta el 2014 Brasil había avanzado tanto que era una esperanza para muchos otros países”, dice Neri. Sus datos muestran una historia dramática de auge y caída. De 1991 al 2010 el porcentaje de municipios que registraba­n bajos niveles de desarrollo cayó del 85% al 0,6%. La esperanza de vida subió en cuatro meses cada año entre el 2001 y el 2014, y el coeficient­e Gini, que mide la desigualda­d de rentas, se redujo cada año. Nada menos que 30 millones de personas salieron de la pobreza extrema (con menos de 70 reales, unos 15 euros, al mes) entre el 2003 y el 2014, y otros 30 millones, de la pobreza general. Brasil salió del mapa del hambre de las Naciones Unidas, que incluye a todos los países con más del 5% de la población en riesgo de desnutrici­ón. La “nueva clase media” , según el término de Neri, subió del 38% de la población en el 2003 hasta el 60% en el 2013.

Pero desde el 2014 todo se ha in- vertido. Tras una caída del 7% del PIB entre el 2015 y el 2017, los ingresos de la familia media se desplomaro­n un 14% en tres años. El coeficient­e Gini subió 1,8 puntos. Esto ha coincidido fatídicame­nte con recortes draconiano­s del gasto en servicios de salud, educación y programas contra la pobreza. Uno de los efectos de todo ello es una subida del 5% en la tasa de mortalidad infantil en el 2016 frente al año anterior, tras registrar descensos cada año desde 1990. Diversos expertos consideran muy probable que Brasil vuelva al mapa del hambre de la ONU, ya que la pobreza extrema puede rebasar pronto el umbral del 5% de la población.

Este cambio brutal de las expectativ­as del brasileño medio tiene un doble impacto en estas elecciones. Aunque pocos entre las clases populares lamentaron la destitució­n de Dilma Rousseff en el 2016, los recuerdos de los años dorados favorecen a Lula. Pero la rabia desatada por la recesión económica y la corrupción favorece a Bolsonaro. Los otros candidatos no arrancan. Y Michel Temer –que con un 6% de apoyo es el presidente menos querido de la historia– no ha ayudado a los suyos. Según los datos de Neri, en ocho de las diez elecciones presidenci­ales y/o legislativ­as celebradas desde el final de la dictadura militar, hubo un fuerte aumento de la renta media en el año anterior a los comicios. Esta vez no ha ocurrido, en parte por la crisis fiscal y en parte porque Temer, que no se presenta, se ha negado a dar ese estímulo electorali­sta habitual.

Aumenta la mortalidad infantil, y los expertos alertan de que el país volverá al mapa del hambre de la ONU

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