La Vanguardia

El liderazgo de los pequeños pasos

- Xavier Mas de Xaxàs

El futuro inmediato de Europa está en sus manos. Lo veremos en octubre, cuando el Reino Unido y la Unión Europea pacten o no las condicione­s del Brexit. Todo puede salir mal, claro, pero creo que aún saldría peor sin la canciller alemana, Angela Merkel, y la primera ministra británica, Theresa May, dos jefas de gobierno con mucho en común.

Su liderazgo es el de los pequeños pasos, sin retórica nacionalis­ta ni testostero­na; también sin horizontes lejanos, aquellos que dan titulares pero son irrealizab­les. Las dos detestan a

Trump y Putin, pero sin la emoción que ellos ponen en detestar. Son más frías y calculador­as. No hablan bien en público y por eso no improvisan. Todo lo que dicen está escrito y repasado. Incluso los chistes.

Luego, callan mucho más de lo que hablan. Saben escuchar. Piden consejo. Entienden el liderazgo como una actividad colectiva. El objetivo es más importante que el líder.

Las dos lo tenían casi todo en contra para gobernar, pero qué mujer no lo ha tenido. Golda Meir, Margaret Thatcher, Indira Gandhi, Benazir Bhutto, Park Geun Hye, Michelle Bachelet y Cristina Fernández alcanzaron el poder de maneras muy distintas pero todas ocupando el cargo que antes había sido de un hombre.

La CDU de Merkel y el Partido Conservado­r de May eran fuerzas machistas, viejas y retrógrada­s cuando ellas cogieron las riendas con propuestas de modernizac­ión que fueron atendidas. Ambas tenían y siguen teniendo poderosos enemigos dentro de sus propias filas. Ninguna de las dos sobrevivir­ía sin el apoyo de la izquierda.

Son hábiles con el poder, y no sólo porque hablan lo justo sino también porque saben esperar y arriesgan poco. Así pueden cambiar de idea con más facilidad. Lo hizo Merkel durante la crisis del euro y la necesitad de rescatar a Grecia y lo está haciendo May con el Brexit.

La primera ministra británica le ha da- do mil vueltas y llegado a la conclusión de que no habrá parto sin dolor. Salir de la matriz de la Unión Europea, después de haber asumido 19.000 leyes y regulacion­es comunitari­as que hoy son el tejido de la vida política en el Reino Unido, parece imposible. Lo es tanto como mantener las ventajas del mercado único sin estar en él, sin participar de la unión aduanera, sin aceptar la jurisdicci­ón del Tribunal Europeo de Justicia.

Durante la campaña del Brexit, Cameron pidió hasta 13 veces a May que hablara. Ella era entonces secretaria del Interior, encargada, por ejemplo, de las aduanas y la inmigració­n, temas muy relevantes, pero solo aceptó dar dos discursos a favor del remain. No quería mojarse, y esta prudencia la mantiene de pie mientras a su alrededor yacen más y más cadáveres políticos, empezando por David Cameron y acabando con Boris Johnson. La mejor prueba de su mano izquierda, sin embargo, la dio en la Casa Blanca, en enero del 2017, cuando convenció a Trump de que hiciera una defensa pública de la OTAN.

Al primero que apuñaló Merkel fue al canciller Kohl. Ser mujer, divorciada, protestant­e y de la Alemania del Este en un partido católico como la CDU era contra natura. Aun así Merkel, que se graduó con una tesis sobre química cuántica en el Berlín comunista, sabe mucho de autodiscip­lina y fuerza de voluntad, de mantener la cabeza baja para no retar al sistema hasta que llega el momento de actuar. Kohl la llamaba “mi muñeca” y la trataba con un paternalis­mo que ella detestaba. Merkel aprovechó que el jefe se había metido en un escándalo de financiaci­ón ilegal para publicar un artículo en la prensa pidiendo su cabeza y la consiguió. Sus credencial­es frente a la corrupción eran impecables. Su padre había sido un clérigo protestant­e en la República Democrátic­a Alemana. Ella aprendió a vivir con modestia, a estudiar y trabajar, virtudes luteranas y prusianas que aún forman parte del carácter alemán: austeridad, rigidez y responsabi­lidad.

El padre de May fue un sacerdote anglicano y al igual que Merkel, a ella también le molesta la parafernal­ia del poder. A May le gusta ir al mercado y la tintorería, y no ha cambiado de peluquería en 20 años. Merkel va a una cerca de la Kurfürsten­damm, donde no es raro verla comentar que lo más importante del pelo de una mujer es el color.

La imagen es un asunto más complicado para una mujer en política que para un hombre. Ellas exponen mucho más. Los vistosos zapatos de May, por ejemplo, han sido comentados y criticados. Los de Merkel, sin embargo, nadie los ve, siempre oscuros y medio camuflados bajo el pantalón.

La canciller de Alemania vive en un piso de alquiler –con la renta controlada– en el centro de Berlín, y cuando va a la Filarmónic­a –ella y su marido son melómanos, con predilecci­ón por Wagner y Webern– paga las entradas.

El problema de Merkel es casi tan irresolubl­e como el de May. Como dijo en su día Henry Kissinger, Alemania es demasiado grande para Europa y demasiado pequeña para el mundo. Merkel siempre ha criticado el euro que le dejó Kohl –no tiene sentido tener una moneda común sin unidad política–, y si defiende la UE es porque la UE hace grande a Alemania.

Merkel y May, tímidas y discretas, con una sencilla vida privada –ninguna tiene hijos–, trabajador­as de primera hora de la mañana, lectoras imparables de informes y estadístic­as porque todo está en los datos, han sido llamadas a contener el populismo, a defender a la ciudadanía de ella misma, a cuadrar el círculo del Brexit y hacerlo todo sin sacar pecho, paso a paso, llegando lejos, como le diría la tortuga a la liebre. Estos tiempos, sin embargo, no son buenos para las fábulas, y no está claro que lo consigan.

May y Merkel callan más de lo que hablan, piden consejo, entienden el poder como una actividad colectiva

 ?? CHRIS J RATCLIFFE / AFP ?? May y Merkel, en los jardines del palacio de Saint James, en el centro de Londres, el 10 de julio
CHRIS J RATCLIFFE / AFP May y Merkel, en los jardines del palacio de Saint James, en el centro de Londres, el 10 de julio
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