La Vanguardia

La codicia

- Remei Margarit R. MARGARIT,

En el campo de la psicología, muchos nos hacemos la pregunta acerca de cuáles son las raíces de la codicia. Es difícil encontrar una repuesta que convenza, aunque sí que se puede hacer alguna hipótesis. De cualquier manera, para empezar tal vez nos ayude la metáfora de un proverbio: “Un abuelo explicaba a su nieto que cada persona tiene dentro de sí una pelea de dos lobos. Un lobo lleva la carga de la ira, la envidia, el odio, el rencor, la violencia; y el otro lobo lleva la carga de la bondad, la alegría, la empatía, el respeto, la compasión. Y su nieto le pregunta: ¿Y cuál gana? El abuelo le responde: El que la persona alimenta”.

Parece una cosa de sentido común, pero la pregunta puede ser: ¿por qué se alimenta la codicia? Tal vez por la falacia de que con muchas riquezas se puede comprar tiempo de vida, o se pueden comprar afectos (otra falacia) o se puede comprar más salud (más falacia todavía). Cierto que hay países en vías de desarrollo donde la pobreza menoscaba la esperanza de vida, pero eso no pasa en los países en que hay un Estado de bienestar, con las necesidade­s primarias cubiertas y la salud universal gratuita. De manera que los que viven en esos países no tendrían que ser codiciosos y, sin embargo, algunos lo son y mucho. Y otra reflexión es sobre el mal que hace la adicción a la codicia en el alma de las personas, porque se comporta de manera insaciable, como un agujero negro del espacio que engulle todo lo que le rodea. Es decir, a la adicción de la codicia (porque es una adicción) no se la sacia nunca, y de la misma manera que lo engulle todo, también engulle a la propia persona que la cultiva. Los codiciosos pierden el norte y el contacto con la realidad, de tal manera que se tornan personas poco fiables en cualquier aspecto de su vida.

Y el mal de la codicia también se puede dar en muchos campos, no tan sólo en el dinero, sino también en la política, en el ejercicio del poder, en las relaciones personales; se podría definir como un todo o nada que siempre es nada. Somos humanos porque tenemos límites, en el lenguaje que hemos creado para entenderno­s, en la convivenci­a, en las relaciones personales y en los afectos. No puede haber un todo o nada si se quiere convivir bien y en paz; en cambio, pero, sí un agradecimi­ento por lo que nos toca vivir y la moderación en todas las cosas.

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