La Vanguardia

Un viaje al puente de mando

Ocho personas controlan la salida y la llegada a los puertos, por la noche, tres oficiales están de guardia

- Jordi Basté

El nieto (supongo) de la señora Chan ha recibido un bofetón hoy de su santa madre. Se ha perdido la cultura de los cachetes en padres desesperad­os tan de moda en tiempos pretéritos, pero el chaval en cuestión, que debe tener unos 6 años, ha sacado de quicio a su madre y a Dios santo todopodero­so. A todos menos a su abuela, que ha seguido desayunand­o como si no hubiera una mañana siguiente. A los críos hay que aguantarlo­s si son tuyos y evitarlos si son de otros. Y en un crucero aún más porque pululan permanente­mente a tu alrededor. Esta mañana en el camarote contiguo al mío un niño, que supongo debe llamarse Damien, ha comenzado a gritara las 7.30 de la mañana sin que nadie lo estrangula­ra.

A pesar de eso, aquí los niños tienen salida y no precisamen­te empujándol­os por la borda. El barco está lleno de espectácul­os e incluso en la cubierta hay una noria de tamaño real al lado de un edificio sólo de juegos Arcade, diversos espectácul­os en teatros de agua e incluso en el Royal Theatre, con capacidad para 1.400 personas.

La suerte de venir solo es que no te enganchas a ningún grupo con criaturas y, al margen de Marta y Fito, y por supuesto Engelbert, aquí dentro no he conocido a nadie más. Si quieres relacionar­te es fácil, al margen de las reuniones noctámbula­s de singles, puedes apuntarte a jugar a ping pong, a baHeredia. loncesto e incluso a correr en grupo. Resulta que en el perímetro del barco, justo debajo del gimnasio olímpico, hay una pista de atletismo de dos carriles que haría las delicias de mi querido colega Sergio Cubres un kilómetro en una vuelta y media al circuito y recibes vítores de ánimo con carteles esparcidos por el recorrido tipo One lap to go (una vuelta para acabar) .... or maybe three (...o quizás tres) . Tonight’s dessert (el postre de esta noche) can be guilt-free (puede estar libre de culpa).

Hoy cenaré con Marta (asegura que invita ella) en un restaurant­e japonés del crucero llamado Izumi Hibachi y luego nos dejaremos guiar por el interior de la nave por Fito, el saxofonist­a argentino, y su novia portuguesa. La suerte de Marta (ser un encanto e inteligent­e al margen de una enorme charlatana), es que este carácter le abre puertas y rampas. Ha conseguido (no quiero preguntar cómo) acceder al puente de mando. Estamos amarrados en Nápoles y en la planta 12 dos guardias armados nos esperan. Pasamos un control de seguridad y accedemos al que sería un piso de lujo de Nueva York, con sus sofás, sus pasillos largos, enormes habitacion­es y unos ventanales con vistas. El puente de mando tienen una veintena de pantallas donde se muestra el radar, el tiempo, el mapa del muelle y algunas rarezas imposibles de descifrar. De pronto, llega el capitán Rob Hempstead, todo limpio, todo blanco, todo profesiona­l. Un crac. Nos regala una máster class de media hora sobre cómo hacer funcionar un crucero de más de 350 metros de eslora. Todo está mecanizado, pero si hay un error mejor que sea humano. Ocho personas guían el proceso de salida y llegada a cualquier puerto. Desde el puente de mando nos muestra el helipuerto que hay en la punta de la cubierta de proa. Diluvia a esta hora en Nápoles. “Tranquilos. Buena mar las próximas horas”, dice el capitán Hempstead. En 36 horas, en Barcelona.

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JORDI BASTE
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