Modo avión on
Superado el ecuador del año, ese momento en el que más de la mitad de la población mira vagamente hacia el infinito y manifiesta con resignación: “¡Qué rápido se está pasando el tiempo!”. Sí, esa expresión tan interiorizada que nos hace pararnos por escasos segundos para hacer un balance exprés de lo vivido hasta el momento. Para mí, las vacaciones estivales son esos fugaces días de año nuevo en el que tu mente, pese a hacer esfuerzos por no pensar, es un huracán de ideas de cara al nuevo curso escolar. Una retahíla de buenos propósitos que deberías haber empezado hace seis meses pero que necesitas, por tu bien, darles una segunda oportunidad.
Al igual que toda disciplina requiere de un entrenamiento previo, descansar, como actividad física y altamente psicológica, también. A mi parecer, desconectar es una ocupación sobrevalorada. Se trata al fin y al cabo de una actitud, un estado al que, por lo menos en mi caso, cuesta adaptarse tras la vorágine de la rutina. El descanso va intrínsecamente ligado a la prioridad. Es el periodo donde las obligaciones se deben arrinconar y tus hobbies y personas favoritas deben abundar en tu agenda vacacional. Hijos, novios, novias, familia, amigos, desconocidos, incluso soledad, ¿por qué no?
Al fin y al cabo, la desconexión está al alcance de un clic, y no sólo el del móvil sino el de tu cabeza. Poner en modo avión tu mente es tarea ardua y más teniendo notificaciones de todo tipo a todas horas. Creo que la digitalización en nuestras vidas es tal que desintoxicarnos de una realidad como es la dependencia tecnológica es una tarea que conlleva, incluso, cierta angustia. Sí, angustia. Seamos sinceros, todos hemos sentido ese desamparo instagramero cuando han pasado más de veinticuatro horas sin wifi y la ansiedad es real cuando, nada más conectarnos, la pantalla del móvil cortocircuita al ver que todos tus grupos de WhatsApp se han sublevado a la vez. Un total de quinientos mensajes y emoticonos sin leer que generan, al mismo tiempo, rechazo y amor por tu smartphone.
Desconectar conectados. He ahí, el quid de la cuestión. Nuestras obligaciones sociales y personales cada vez se conforman más con un mero “¿qué tal?” de un chat. Vivimos dependientes de los me
gusta, nos sobran las llamadas de teléfono eternas y ni qué decir de las conversaciones cara a cara interminables. Porque nos hemos convertido en seres conectados con lo efímero, personas a las que relajarse realmente les supone un verdadero trabajo y a las que dejarse el móvil en casa es una desgracia. Aun así, hagamos porque nuestra mente esté por unos días, fuera de cobertura y el modo avión sea más que un estado, un propósito efectivo para septiembre.
Seamos sinceros, todos hemos sentido ese desamparo ‘instagramero’ cuando han pasado más de veinticuatro horas sin wifi