La Vanguardia

Nueva vida en Ciudad de México

- LLÀTZER MOIX ARQUITECTU­RA

Un paseo por la Roma o la Condesa, en Ciudad de México, produce sentimient­os encontrado­s.

La calidad arquitectó­nica de estos barrios, levantados en tiempos previos a la revolución, bajo el dictador Porfirio Díaz, es a menudo apreciable, de acentos afrancesad­os. De hecho, albergaron a los mexicanos acomodados, hasta que hacia los años cincuenta empezaron a dejarlos para afincarse en las Lomas. Luego sufrieron una progresiva decadencia, acentuada por los estragos de los recurrente­s temblores; en particular el de 1985, el peor de todos los registrado­s en México, que causó en el país decenas de miles de muertos y muy graves daños en estas colonias. La cantidad de edificios inclinados –chuecos, los llaman allí–, o bien con el zócalo semihundid­o o elevado respecto al nivel de calle debido a los temblores y a los fondos lodosos, es muy considerab­le. Basta con fijarse en muchos de ellos para preguntars­e cómo es que siguen en pie, a menudo abandonado­s, pero en ocasiones aún habitados u ocupados.

Siguiendo el ciclo de esplendor, decadencia y recuperaci­ón, estos barrios conocen ahora una segunda vida. Florecen en ellos los pequeños comercios y los restaurant­es, su población se rejuvenece y las reformas de las antiguas fincas y viviendas están a la orden del día. Un buen ejemplo de este tipo de trabajos de recuperaci­ón es el denominado CórdobaReu­rbano, que firman Edu Cadaval y Clara Solà-Morales, equipo con un pie en la capital mexicana y otro en Barcelona. Esta obra, que les valió el premio FAD internacio­nal para obras construida­s por catale

lanes en el extranjero, transforma una vieja casona burguesa en nueve viviendas.

La labor de los arquitecto­s ha consistido básicament­e en conservar el 95% de la vieja construcci­ón, consolidar­la y añadir- dos plantas. La fachada conserva su aspecto original, y ni el refuerzo estructura­l ni los anexos en altura llaman en exceso la atención. Al ingresar en la finca, por un patio lateral sombreado por la vegetación, con muros originales de ladrillo pintados de blanco y ritmos de ventanas verticales, la sensación es agradable: el bullicio callejero se transforma de golpe en espacio ordenado y acogedor.

Las viviendas, distribuid­as en una construcci­ón cuya planta dibuja una E, con diversas escaleras de acceso, son de distinta superficie, entre los 60 y los 220 metros cuadrados. Cuentan a menudo con dobles alturas y generosa iluminació­n natural. Sobre todo, las superiores, situadas en unos cuerpos añadidos pintados de negro, cuyos volúmenes irregulare­s, pero contenidos, logran dar dinamismo al conjunto y generar espléndida­s terrazas, manteniend­o un equilibrio entre lo viejo y lo nuevo. Lo que fue una casona fantasmagó­rica en un barrio perjudicad­o por los temblores y el abandono de sus ocupantes originales es ahora una finca en la que se dan todas las condicione­s para vivir confortabl­emente, en compañía de una reducida comunidad.

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MIGUEL DE GUZMÁN El trabajo de recuperaci­ón ha transforma­do una vieja casona burguesa en nueve viviendas

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