La Vanguardia

“La recta más larga del mundo está en Karakalpak­istán”

- LLUÍS AMIGUET

Tengo 44 años: viajar es aprender, y yo no paro. Ahora me enfrento a África y temo que me vaya grande. Nací en Barcelona. Aprendí la aventura de mis padres: salíamos en coche sin saber dónde dormiríamo­s. No tengo piso ni novia, pero sí tres motos: una del 91, otra del 93 y la de mi abuelo, una Ossa del 60

Qué buscaba al dejar la moto tras una jornada en ruta a Mongolia? Un lugar para tumbarme, pero casi siempre tenía que encontrar antes un mecánico o algún manitas que me ayudara a arreglar la moto. ¿No montaba una buena burra?

A Mongolia me llevé una de más de 20 años, una Yamaha SR 250 que había tenido ya un siniestro total.

¿Era parte del reto que fuera vintage?

Era parte de que no tenía para más. Soy monitor de natación. Estudié en el Inefc y no es que me sobre para aventuras.

¿Pero donde otros ven el problema usted ve la oportunida­d?

La oportunida­d es pegarse al territorio por el que vas pasando y conocer a la gente y tratarla y vivir con ellos, porque quieres y también porque no tienes más remedio. Al llegar a Kazajistán ya no tenía amortiguad­ores, así que se me partía el chasis y había que ir soldándolo.

¿Y siempre encontraba un taller?

Me bastaba con ir encontrand­o un soplete. Después no siempre había material de soldadura. Un mongol consiguió soldarme el de la Yamaha una vez con el hierro de una vigueta de esas del hormigón armado.

Muy ingenioso.

Los mongoles son muy apañados. Después has de conseguir agua limpia y comida y también a menudo alguna cosa para las diarreas. Las diarreas en moto son lo peor.

Me hago cargo.

Y mi problema ya personal es que me da mucho miedo dormir solo en la tienda de campaña.

¿Por...?

Los bichos, los ruidos. Ya sé que es ridículo, pero llevo el compresor de aire con el que hincho la colchoneta para asustarlos.

¿Y si no se asustan?

Nico, otro motero extremo, se mueve por África con un spray antiviolad­ores para ahuyentar a las fieras cuando duerme al aire libre.

¿Vale la pena?

El caso es que yo tengo miedo y casi siempre intento dormir en algún rincón de cualquier sitio habitado antes que en pleno campo.

¿Otra oportunida­d de conocimien­to?

Pues la verdad es que sí. Si mira las fotos del viaje, verá que me han ayudado mucho.

¿Por qué Mongolia?

Yo empecé a leer la revista Solomoto cuando era un chaval...

Fuimos muchos...

Y un amigo me regaló su colección. Devoraba la sección de La Gran Aventura. Leí muchísimas. Hasta que decidí vivirlas.

¿Cómo?

Tenía un scooter, una Peugeot 75, pero se quedaba corta. Un día conseguí la vieja Yamaha y un mecánico amigo me la rehízo y otro me la repintó, y salí un día a la autopista. Y sentí todo el cielo inmenso sobre mí... Fue el mejor día de mi vida. Y ha habido muchos más con mi moto.

Aún no me ha dicho por qué Mongolia.

Por casualidad. Ya había hecho rutas por el sur de Argelia, Siria y Turquía, con persecució­n policial incluida. Era una aventura diaria. Y por el Cabo Norte, un clásico de La Gran Aventura.

Así que buscaba rutas por Asia.

¿Por qué?

Quería probarme. Es como quien ha hecho media maratón y la quiere entera. Quería saber de qué era capaz. Y alguien en un vídeo hablaba del Mongol Rally. Me fascinó.

¿Va desde Barcelona hasta Ulán Bator?

Para mí, sí, pero en realidad el rally empieza en Klenová, un pueblecito checo. No hay asistencia; la ruta es libre y la organizaci­ón se limita a facilitar la salida y la llegada.

Así organiza cualquiera.

Es sólo una iniciativa humanitari­a. Participan utilitario­s y motos de 125 cc también. O vehículos comunitari­os como de bomberos o ambulancia­s.

Alternativ­o.

Llegas cuando puedes. Eso acabó de convencerm­e. Así que pedí visados para cruzar Ucrania, Rusia, Kazajistán, Uzbekistán, Kazajistán otra vez, Rusia y, finalmente, Mongolia. Aunque en principio quería pedirlos también de Turkmenist­án, Tayikistán y Kirguistán.

Un dineral.

Sí, visados y gasolina, ahí me dejo los ahorros. El resto, voy trapichean­do. A la gente le gusta sentirse parte de la aventura. Un militar uzbeko se desvivió por ayudarme sólo para que tuviera buena imagen del ejército de Uzbekistán.

¿Se llevó provisione­s?

Coloqué encima del depósito de la moto una bolsa con unos imanes que aseguré con un pulpo. Y metí el traje de lluvia, un jersey, guantes de recambio, un verdugo, la cartera, una cámara y el móvil.

¿Y para comer?

Sobres de sopa y pasta, precocinad­os, galletas, embutido, vino, aceite de oliva, cantimplor­a, salero, azucarillo­s y café de sobre.

¿Fue suficiente?

Lo que fue suficiente es que gran parte de la ruta atravesaba aldeas muy pobres y la generosida­d es inversamen­te proporcion­al a la riqueza: compartían el plato conmigo y me ayudaban en todo lo que podían.

Debe de tener usted los riñones de hierro.

La libertad es una droga. ¡Qué maravilla atravesar la inmensidad! Creo que la recta más larga del mundo está en Karakalpak­istán. O eso me pareció. Claro que no encontraba agua y se me acababa la gasolina.

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P.A. MARTIN

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