La Vanguardia

Curso de lectura rápida

- Ignacio Orovio

He hecho un curso de lectura rápida y he leído Guerra y paz en veinte minutos. Va de Rusia”. La hilarante frase se atribuye a Woody Allen y antecede al segundo capítulo de Laboratori lector, un ensayo del profesor del departamen­to de Traducción y Ciencias del Lenguaje de la Universita­t Pompeu Fabra Daniel Cassany recienteme­nte publicado por Anagrama. Cassany lleva años investigan­do sobre la lectura y sus procesos y en esta obra ofrece un conjunto de ejercicios sobre este mimbre esencial de la cultura. En ese segundo capítulo, Cassany explica técnicas de aceleració­n de la lectura. ¡Oh: cómo leer más rápido! Sobre mi mesilla de noche, la selección de siete libros (ocho con Cassany) que pretendía engullir estas vacaciones suman 2.124 páginas. Calculando muy grosso modo (a unas 340 por página), 722.160 palabras. Quizás los consejos del experto lo harán posible…

Un experiment­o de Laboratori lector consiste en tachar en un párrafo la mitad superior y la inferior de cada palabra; las que ocultan la parte de arriba apenas se comprenden. Sus contrarias funcionan casi a la perfección sin su otra mitad, porque la fisonomía de las letras concentra la semántica en la parte alta. No hace falta tachar el libro (o esta columna), se puede probar con un pedazo de papel. El resultado es sorprenden­te. Por ello, dirigir la lectura a la parte alta de las palabras puede ayudar a ganar agilidad. Hay otros ejercicios de entrenamie­nto, como el de la lectura salteada de palabras; el comprobar si movemos la cabeza al leer; o si bisbiseamo­s las palabras.

¿Funcionará, a la hora de la verdad? ¿Cuánta velocidad podemos ganar?

Los estudios de lingüístic­a calculan que una lectura de memorizaci­ón llega a las 100 palabras por minuto, la de aprendizaj­e entre 100 y 200, la de comprensió­n (la estándar) entre 200 y 400, y la lectura veloz entre 400 y 700: entre una y otra, siete veces más rápido como máximo. Las diferencia­s son notables, pero hay dos condicione­s sine qua non: concentrac­ión y buena luz.

¿Entonces…? Las 1.904 páginas de Guerra y paz (en la versión de la editorial El Alpes) podrían suponer –a ritmo estándar– unas 35 horas de lectura; la de aquellos siete volúmenes veraniegos, alrededor de 40. Pero agosto avanza.

Ya en el siglo XIX, ante el incremento de la producción editorial, el psicólogo francés Emile Laval –lo explica Cassany– comenzó a estudiar posibles simplifica­ciones lingüístic­as para ir más aprisa. Más tarde, a los pilotos de avión de la Primera Guerra Mundial se les entrenó en una percepción acelerada (del enemigo) con pantallas, y aquella experienci­a trató de aplicarse a la lectura.

Por veloces que seamos, nuestra mejora técnica jamás permitirá reducir la pila de libros pendientes. Como mucho, cambiarla de orden. No he sabido encontrar en Google cuántos títulos se publicaban cuando Laval comenzó sus experiment­os, pero seguro que los alrededor de 87.000 que se editan hoy en España los multiplica­n por 10, 20 u 80, y muchísimos de ellos valen la pena.

P.D.: en esta columna habrá invertido dos minutos y cinco segundos. Va de libros.

Un experiment­o de ‘Laboratori lector’ consiste en tachar la mitad superior y la inferior de cada palabra

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