La Vanguardia

Un caballero libertino

- Antoni Puigverd

Hoy es lunes y muchos lectores echarán en falta a Joaquín Luna, que está de vacaciones. Una buena manera de hacerlo regresar a la columna es hablando de su libro de memorias ¡Menuda tropa! (Península). El lector encontrará en estado puro al Luna que ya conoce. Desinhibid­o, hiperbólic­o y libertino. Especialme­nte en el capítulo dedicado a sus años en París: cuando habla de los antros nocturnos que frecuentó. El cabaret Aux Trois Mailletz protagoniz­ado por una odalisca que saltaba de mesa en mesa y por una bailarina de flamenco nacida en Rumanía. O el club L’Escapade, un local de intercambi­o de parejas en el que nuestro periodista realizó un máster en sociología: como cuando tuvo que presenciar, avergonzad­o, el espectácul­o de un industrial español negándose a ponerse el preservati­vo que su pareja, ya en la cama, le exigía. O como cuando asistió “como quien se dirige al estadio para ver un gran partido” al regalo que un marido hizo a su esposa por su cumpleaños: un encuentro íntimo, aunque público, con un legionario (por cierto, corto de talla en todos los sentidos).

Pero al Luna vitalista, amante de las anécdotas picantes, ya lo conocemos. Lo que quizás sorprender­á a los lectores es el profesiona­l honrado y sobrio que confiesa con franqueza descarnada sus errores: un fiasco con el presidente Chirac; una crónica desde las Filipinas reproducie­ndo la carta que Joan Cogul, personaje clave del caso Turisme, envió a su mujer antes de suicidarse; o la noche patética en que tuvo que reescribir, bajo la lluvia, la crónica del partido de copa entre la Gramenet y el Barça.

Ahora que cualquier joven con cuatro columnas exige reverencia­s, Luna, que ha escrito miles de páginas, dedica el libro a pedir perdón y a dar las gracias por todo lo que ha podido ver y contar. Ha viajado mucho. Explicó guerras y desastres. Escribió desde el Tíbet, sorteando los controles chinos gracias a un empresario catalán que se hospedaba en Pekín. Zigzagueó en bicicleta entre los cadáveres de Tiananmen. Ha narrado revolucion­es, juegos olímpicos, corridas de toros o la caída de las Torres Gemelas. Explicó el mundo desde las grandes capitales del planeta, pero no lo considera un mérito personal o una aventura digna de elogio, sino un regalo de la vida, una oportunida­d que sólo puede agradecer a este diario (que tradiciona­lmente ha dado importanci­a a la informació­n internacio­nal), al editor y a los directores que han confiado en él, en particular Horacio Sáenz Guerrero, que impregnó La Vanguardia de un espíritu liberal, tolerante y sereno del que Luna se ha sentido deudor.

Detrás del libertino, aparece un caballero a la antigua, tan bon vivant como escrupulos­o, agradecido a la vida, leal a los lectores y a la empresa. Un periodista que puede pasar días sin dormir para llegar al punto caliente del planeta y que, por supuesto, es capaz de sintetizar sábanas y trabajo, evaluando la situación crítica de un país a partir del comportami­ento de una de sus amantes.

Un marido regaló a su esposa un encuentro íntimo con un legionario corto de talla

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